Eric Ragnar Sventenius
(1910-2010),
primer centenario
Arnoldo Santos Guerra
Biólogo. Unidad de Botánica del Instituto Canario de Investigaciones Agrarias
Dedicado a Jaime O’Shanahan
por su apasionado apoyo y comprensión a D. Enrique
Agustín, el ayudante de Masca, se quitó su camisa empapada y allí, con las últimas luces del día, en la lóbrega cueva colgada en los riscos de Guelge donde encontraron refugio de la tormenta que los sorprendió recolectando plantas raras, buscó dos palos –taimaste y tabaiba–, y ante la atónita mirada del rubio nórdico Eric Ragnar Sventenius inició los rápidos movimientos con los que consiguió encender fuego, cual guanche, y calentar la oquedad –viejo cementerio aborigen– donde pasaron la noche después de avisar de su imprevista pernoctada a algunos de los pocos habitantes del matriarcal pueblo de Masca. Así me lo narraba el peculiar y entrañable Eric, don Enrique para la sociedad, en una de esas hermosas e inolvidables tardes en que lo visitaba en su vivienda –su tusculum–, hoy desaparecida, construida para él en los años 50 del pasado siglo y ubicada dentro del recinto histórico del Jardín de Aclimatación de La Orotava, donde estableció su residencia después de deambular por varios hoteles históricos, aún existentes, del viejo Puerto de la Cruz: Marquesa, Monopol, Miramar... tras su llegada a Tenerife. Allí, en las reducidas habitaciones de su hogar, oliendo a libros, junto a la chimenea que lucía el escudo de los Ingenieros Agrónomos (único resto que se conserva de la misma) y saboreando una copa de coñac enviada por sus amigos franceses –posiblemente el botánico y empresario del Jardín des Cedres francés, J. Marnier Lapostolle (1902-1976)–, pasaba horas inolvidables impregnándome de sus conocimientos y vivencias cuando aún era estudiante de botánica en la recién creada Sección (luego Facultad) de Ciencias Biológicas en la Universidad de La Laguna (ULL) e iniciaba ya el hallazgo de interesantes especies vegetales que le hicieron exclamar con su voz peculiar: “usted ha encontrado cosas muy interesantes”. Me hablaba de su querida Masca, que poco después visitaría con él y D. Bramwell, junto a los ya fallecidos C. Humphries y Hans Metlesics, aún sin carretera, donde vivían los padres de Agustín, Leonila y Leonardo, cuya casa le servía de hogar en su peregrinar a tan interesante lugar convertido en su paraíso particular; y me expresaba sus opiniones sobre el turismo del Puerto de la Cruz, las islas y, sobre todo, la flora canaria.
Sventenius, como en los círculos más científicos lo recordamos, había llegado a Tenerife a fines de 1943, impregnado aún del incienso y los cánticos gregorianos del monasterio de Montserrat, donde, junto a la moreneta, había pasado los últimos y difíciles años (1940-1943) posteriores a la guerra civil española. Era la última etapa de su peregrinaje por tierras europeas antes de que el famoso y culto abogado catalán Noel Clarasó (según documentación de los archivos del Jardín Canario “Viera y Clavijo” facilitados por B. Navarro) gestionara, por medio del ingeniero agrónomo D. A. García Cabezón, un contrato con el Instituto de Investigaciones Agronómicas (posteriormente Investigaciones Agrarias-INIA) de Madrid a fin de trasladarse a Tenerife, concretamente al Jardín Botánico, para iniciar una serie de trabajos científicos sobre el Jardín de Aclimatación de La Orotava y la interesante y aún poco conocida flora canaria. Atrás quedarían, en Cataluña sus inolvidables recuerdos y muchos queridos amigos, entre los que hay que destacar a la pintora María Teresa Bedós, a la que le unía una relación afectiva muy especial, y su esposo Antonio Núñez, que recientemente habían apadrinado su bautizo como católico y con los cuales siempre manifestó una peculiar y extraordinaria relación, expresada desde el archipiélago en un buen número de cartas firmadas, en su mayoría, con el pseudónimo Parsifal. Después de sus estudios primarios realizados con muy buenas calificaciones (según Ulf Swenson y colaboradores) y otras etapas de formación en Suecia, Alemania y el Jardín Experimental de Aclimatación de Praga de acuerdo a sus propias declaraciones a la prensa, llegó al jardín Marimurtra de Blanes (Gerona) por deseo de su propietario Karl Faust, que necesitaba un botánico para su dirección científica. Sventenius se incorporó a dicho jardín en 1934 y estuvo ligado al mismo, por contrato remunerado, hasta 1940, teniendo ocasión de colaborar y conocer al arquitecto paisajista suizo, de fama internacional, Zenon Shreiber y al jardinero paisajista alemán G. Naberhaus. Durante este tiempo realizó una excursión a Marruecos en 1935 y tuvo que soportar momentos difíciles por la deficiente labor de los encargados de mantener el jardín y por sus envidias y celos, así como por los problemas derivados de la guerra civil, en la que se vio directamente implicado en diversas facetas, terminando finalmente en un desacuerdo con el propio Faust, fruto, en parte, de su peculiares caracteres, con lo cual acabó su relación directa con el mencionado jardín, pintorescamente colgado sobre los acantilados de la Costa Brava, aunque siguió colaborando posteriormente desde Canarias en el enriquecimiento de sus colecciones. Acogido por sus amigos Teresa y Antonio, se trasladó poco después al monasterio de Montserrat.
Nuestro botánico Sventenius había nacido el 10 de octubre de 1910, hace 100 años, en un pequeño pueblo de la fría y distante Suecia, segundo hijo de los cuatro que tuvieron Alfred Svensson y Maria Carlesen, modesta familia del pueblo de Skyrö (condado de Smaland) con la cual, debido a la distancia, penurias económicas que siempre le acompañaron por el bajísimo sueldo que percibía, otras razones personales para mí desconocidas, así como las dificultades para viajar en esos tiempos, nunca pudo tener demasiadas relaciones. Conocemos estos datos por el relato de otros personajes que le conocieron más a fondo, en particular su muy apreciado y entrañable amigo Jaime O’Shanahan, de quien, al igual que el ingeniero de montes D. Juan Nogales, recibió siempre un apoyo incondicional fundamental para el desarrollo de su gran obra, el Jardín Canario “Viera y Clavijo”, patrocinado por el Cabildo de Gran Canaria, o el profesor W. Wildpret, con quien tuvo una amistad y trato cordial, el cual conserva una biografía inédita de nuestro personaje con algunos de los pormenores de su vida, algunos detalles de su formación botánica en Alemania, su paso por Suiza y Checoslovaquia (Praga), su colaboración con la Cruz Roja o su etapa en Cataluña.
En el maravilloso convento benedictino de Montserrat disfrutó de la amistad de su abad, Aurelio M. Escarré –a quien le dedicó una “magarsa” de Gran Canaria (Argyranthemum escarrei)– y de algunos monjes-botánicos, en particular su querido amigo el padre Adeodato F. Marcet, varios años mayor que él, a quien posteriormente honró, como “amigo mío carísimo”, con el bello género Marcetella, pariente del género Bencomia (familia Rosáceas). Junto a él empezó a herborizar y estudiar la flora del fabuloso macizo montañoso donde se halla enclavado el monasterio. Su idea era publicar una Flora Montserratina, parte de la cual vio la luz en algunos cuadernillos. Su larga estancia en el monasterio no podía prolongarse por más tiempo después de varios años allí, compartidos entre el recinto conventual, sus herborizaciones y los ratos con sus amistades, no sólo con sus entrañables amigos mencionados sino con otros importantes personajes de la floricultura catalana, poseedores de interesantes colecciones, como fueron D. Fernando Riviere de Caralt, dueño y alma mater del jardín, por mucho tiempo prestigioso, Pinya de Rosa, situado también junto a la Costa Brava gerundense, o el botánico, técnico de jardinería en el Ayuntamiento de Barcelona, Juan Pañella. Con ambos mantuvo correspondencia frecuente.
La búsqueda de un nuevo puesto de trabajo no se hizo esperar, y finalmente fueron las gestiones realizadas desde el monasterio y con la ayuda del abogado Noel Clarasó, como antes anunciábamos, las que consiguieron su penúltimo trabajo en un lugar algo más alejado, pero que dejó a Sventenius prendado para siempre de Canarias en un momento en que las islas aún arrastraban las incomodidades y la pobreza, tiempo de emigrantes, secuelas de la guerra civil y diversas penurias antes del boom turístico.
Sventenius llegó, según la correspondencia mantenida con el padre A.F. Marcet, al puerto de Santa Cruz de Tenerife el 2 de agosto de 1943, y sus primeros pasos le llevaron, aún henchido de fervor religioso montserratino, a una vieja iglesia próxima, probablemente la de la Concepción, donde rezó piadosamente para dirigirse posteriormente al Puerto de La Cruz, en cuyo entorno estaría su puesto de trabajo y residencia a lo largo de los 28 años siguientes (1943-1971). Allí, en el viejo e histórico puerto que aún conservaba gran parte del rico patrimonio arquitectónico que nunca debió perder, forjó su nueva vida auxiliado por el entonces famoso padre Flores, y allí se rodeó de un reducido pero selecto grupo de amigos, en particular la querida familia del doctor D. Celestino González, con quien muy pronto inició excursiones botánico-zoológicas por diversos rincones de la isla, su amigo el naturalista Manuel González, tío de D. Celestino, a cuyo nombre alude la descripción de la hierba pajonera Descurainia gonzalezii, sin descartar algunos de los más eminentes hombres de la ciencia y la cultura de la época, en particular el recordado geólogo D. Telesforo Bravo y el no menos peculiar e interesante “padre de la arqueología canaria” D. Luis Diego Cuscoy. Pero no fueron ellos los únicos con quienes contó en Tenerife: para apoyarse en sus investigaciones, sin llegar a desarrollar una gran amistad, se relacionó con personajes tales como el profesor Max Steffen o el también docente de la Universidad de La Laguna J. Maynar, a quien le dedicó uno de los nuevos híbridos de cerrajas (Sonchus x maynari) hallados por él en su querido barranco de Masca, o el simpático y entrañable entomólogo D. José María Fernández López, con quien llegó a cartearse para intentar conocer algunos insectos específicos de algunas plantas o responder a las demandas botánicas del mismo. A varios de ellos tuve el placer de conocerlos, recibir sus enseñanzas o mantener una pequeña amistad. Es precisamente en una de las cartas a José M. Fernández donde deja patente su genio nórdico, que a veces afloraba tempestuosamente, al enfadarse porque un famoso entomólogo le iba a dedicar una especie de coleóptero nuevo, descubierto por él en Gran Canaria, con el epíteto “svensonii”, cosa que el no podía aceptar y daba por inválido ya que él se firmaba siempre Sventenius y éste debía ser el apellido utilizable para dedicarle la especie, actualmente conocida como Cyphonocleonus sventeniusii. El cambio de apellido de Svensson a Sventenius lo había decidido durante su estancia en Cataluña, aunque en su primer contrato con el Instituto de Investigaciones Agronómicas, fechado en Madrid a 28 de julio de 1943, su nombre aparece como Eric R. Svensson.
Muy pronto, a los pocos días de instalarse en un hotel del Puerto de La Cruz, probablemente el Marquesa, Eric inició sus pesquisas botánicas. Tenía ante sí un nuevo mundo que recorrer y descubrir a pesar de toda la información generada por numerosos investigadores a lo largo de varios siglos, desde que a finales del XVII el inglés James Cuninghame herborizara en las cercanías de Santa Cruz de La Palma y hasta sus inmediatos predecesores en los siglos XIX y XX, tales como Bory de Saint-Vincent, L. von Buch y C. Smith, P.B. Webb y S. Berthelot, R.T. Lowe, C. Bolle, H. Christ, J. Bornmüeller, R.P. Murray, O. Burchard, J. Pitard y L. Proust, D. Bannerman, o R.L. Praeger entre otros, pasando por los aún más lejanos botánicos del siglo XVIII como L. Feuillée, pionero en el dibujo al natural de las plantas canarias, A.-P.Ledru, A. von Humboldt y A. Bonpland o P.M.A. Broussonet. Sus primeros pasos en la investigación botánica, al igual que ocurrió con algunos de estos precursores que se instalaron en el Puerto, se dirigieron a los barrancos y laderas próximas a esta ciudad: Martiánez, barranco de La Arena y los caminos que ascendían hacia las cumbres orotavenses.
Los ocultos rincones de las islas, que empezó a recorrer en 1944 (6 a 14 de julio) y terminó en La Palma (junio de 1971), esperaban impacientes su visita y Eric no se sintió defraudado cuando los investigó. Poco a poco, sus “hijas”, las nuevas especies que descubría para la ciencia, fueron mostrándose en su camino sumando, año tras año, más de un centenar, y quedando pendientes otras que, debido a su temprana e inesperada muerte, nunca llegó a publicar. Desde sus primeros artículos describiendo especies nuevas en el año 1946 hasta su obra más completa, el Additamentum ad Floram Canariense de 1960, así como en otras pequeñas obras posteriores, Sventenius pudo ver realizado parte de su ambicioso proyecto, pero el verdadero sueño estaba bullendo en su cabeza muy tempranamente, desde que tomó conciencia del interés y riqueza de la flora macaronésica, la de los cinco archipiélagos atlánticos que él quería ver reunidos en un solo y pequeño “paraíso”, su “hijo”. Así surgió la idea, a inicios de los años 50 del pasado siglo, de establecer el jardín macaronésico o Estación Atlántica, como él mismo la llamaba, en las laderas de Martiánez, junto al Puerto de La Cruz, donde lamentablemente para la ciudad turística la idea-proyecto no fue apoyada con el suficiente ímpetu por las fuerzas políticas (municipio y cabildo) del momento, aunque algunos terrenos fueron adquiridos posteriormente para ello y su idea defendida y apoyada ante el cabildo insular por su buen amigo y colaborador D. Telesforo Bravo.
Sin embargo, afortunadamente para Canarias, su proyecto arraigó rápidamente en otro lugar no muy lejano. Su iniciativa fue conocida y apoyada desde el cabildo grancanario, ofreciéndose para que él buscara el lugar que considerara idóneo para establecer y desarrollar dicho jardín... y el lugar apareció: un bello rincón en el barranco de Guiniguada, a pocos kilómetros de la capital. Allí inició, bajo los auspicios de dicha institución y su presidente D. Matías Vega, compartiendo tiempo con su puesto oficial en Tenerife, los trabajos para su construcción desde los años cincuenta, contando siempre con el apoyo de su apreciado amigo Jaime O’Shanahan y posteriormente D. Fernando Navarro Valle y D. José (Pepito) Alonso, Ingeniero Agrícola y encargado del Jardín Canario, respectivamente. Innumerables anécdotas jalonan la historia de su construcción, que, lamentablemente, Sventenius sólo pudo ver terminada en parte al ser atropellado trágicamente, frente a la entrada superior del recinto, una misteriosa tarde-noche víspera de San Juan, rodeada de leyendas que posiblemente nadie podrá ya desvelar y que se relacionaban con sus sentimientos más íntimos. Ocurrió unas horas antes de iniciarse la noche mágica, el 23 de junio de 1973, cuando regresaba de un prolongado almuerzo con su amiga Lotti Kercher, hija del dueño de un antiguo, pequeño y encantador hotelito (el Lentiscal) en Tafira Alta, donde a veces se alojaba, que había sido un apoyo incondicional para Eric en sus últimos años, esperando que algún día decidiera contraer matrimonio con ella, cosa que según la propia Lotti ocurrió esa tarde, en el mismo lugar que había sido el hotel de su padre. El destino no lo quiso así. Precisamente para su joya amada, el bello jardín, pleno de rincones amenos, de diseño cuidadoso y meditado, minuciosamente seleccionados por el ya consagrado botánico, Eric había dejado separadas en las cumbres palmeras, durante su última excursión a la isla, a la que tuve el placer de acompañarle en 1971 y descubrir juntos el garbanzo canario (Cicer canariense), unas placas de fonolitas que debían incorporarse a la vivienda-laboratorio del jardín de Tafira para ejercer de rústicas pero sonoras campanas. No hubo ocasión de volver a por ellas.
A pesar de que no siempre contó con el apoyo y la comprensión de sus diversos superiores, a uno de los cuales no consiguió encontrar “una planta con suficientes espinas que dedicarle”, supo reunir en el Jardín de Aclimatación de La Orotava una curiosa e interesante biblioteca botánica, en parte gracias a su amistad con el bibliófilo holandés Sr. R. Schierenberg, dueño del prestigioso Anticuario Junk, así como un interesantísimo herbario, en la actualidad conocido internacionalmente con las siglas ORT (derivado de Orotava), al que incorporó más de 40.000 ejemplares, en su mayor parte fruto de sus herborizaciones por las islas, y al que acompañan varios miles de duplicados. Una colección actual de referencia obligada para los estudiosos de la flora canaria ya que en ellas se conservan, además, la mayoría de los “tipos” correspondientes al material original que sirvió a Sventenius para la descripción e iconografía de sus nuevas especies. A la muerte de Sventenius, el Sr. Schierenberg quiso dedicarle un homenaje con la edición de un lujoso y hermoso libro dedicado a su vida, cuyo contenido comenzó a preparar y tuve ocasión de ver. Lamentablemente, su propia muerte le impidió llevar a cabo dicho proyecto.
Tuvo el placer de recorrer, en unas condiciones muy distintas a las actuales, con valoraciones positivas o negativas según gustos y “filosofías de vida”, gran parte del territorio canario, toda sus islas e islotes, incluido el Roque del Este (1957), al que su amigo conejero D. Mariano López Socas, apoyo incondicional para todos sus desplazamientos a las islas orientales e islotes del archipiélago Chinijo, califica de “cementerio de volátiles”. En su peregrinaje insular contó con diversos y notables colaboradores además de D. Mariano en Lanzarote, a quien le dedicó una corregüela de Famara (Convolvulus lopezsocasi). Trató por ejemplo con D. G. Winter, dueño de la península de Jandía en Fuerteventura, a quien le fue asignada la magarsa majorera Argyranthemum winteri; D. Juan Nogales, de Gran Canaria, con quien compartió además excursiones y cuyo nombre acompaña a un cardo majorero, Onorpordon nogalesii; D. Buenaventura Bravo, hermano de D. Telesforo, en la Gomera, que fue eternizado en su bella tabaiba (Euphorbia bravoana); D. Filiberto Darias, también de La Gomera, que recibió la dedicación de la Centaurea satarataensis ssp. dariasii (actualmente elevada a especie como Cheirolophus dariasii); o su apreciado jefe y amigo D. Jorge Menéndez, cuyo apellido da nombre al Dendriopoterium menendezii, otra bella rosácea exclusiva de Gran Canaria. No fueron los únicos homenajeados por Eric, pues otros botánicos europeos también recibieron dicho honor, como el Dr. B. Petterson de Helsingfors (Helsinki) con la Euphorbia x perterssonii o el histórico fundador del Jardín de Aclimatación, D. Alonso de Nava, que inmortalizó en el nombre de otra tabaiba híbrida (Euphorbia x navae) de Tenerife.
Tampoco se olvidó de otros estudiosos y responsables, con mayor o menor acierto, del medio ambiente canario, como los ingenieros de montes D. Luis Ceballos, cuyo nombre está ligado al de un barbusano gomero (Apollonias ceballosi), y D. F. Ortuño, que recibió en homenaje la dedicatoria de una cerraja gomera (Sonchus ortunoi). Con ellos intercambió una escasa correspondencia.
Tuvo la oportunidad de llevar a cabo dos interesantes y complicadas expediciones a las islas Salvajes (1953 y 1968). En la primera de ellas, junto al mentado D. Telesforo Bravo, le acompañaban el Dr. Celestino González y su ayudante del Jardín Botánico, Israel Bello (sustituido en la segunda por Emilio, hijo de D. Celestino), llevando entre su equipaje la obra de Homero, algo casi sagrado en esta y otras expediciones, tal y como lo hizo en una excursión al islote de Lobos con D. Celestino y su esposa Yaya en 1956. Asimismo, con el apoyo y compañía del recordado investigador químico D. Antonio González y González, que intentó en vano hacerlo profesor de Botánica de la recién creada Sección de Ciencias Biológicas (ULL), lo cual fue imposible por no tener los títulos universitarios correspondientes, pudo visitar el archipiélago de Madeira (1962 y 1968). Allí tuvieron ocasión de herborizar y recolectar material para estudios fitoquímicos con la ayuda de su amigo el profesor M. Rui Viera, fallecido el pasado año, buen conocedor de la flora nativa y ornamental de la isla, a la que dedicó varias publicaciones. Fue también con la colaboración del profesor González como pudo conocer y herborizar en algunas de las remotas y áridas islas del archipiélago de Cabo Verde en 1970. Con D. Antonio mantenía una larga y buena amistad, colaborando con él en la identificación, localización y recolección de muestras vegetales que el investigador fitoquímico utilizaba para estudiar y localizar nuevos productos naturales, uno de los cuales, aislado de una de las rudas canarias (Ruta pinnata), dedicó al botánico con el nombre de “sventenina”. Además, el propio D. Antonio nos dejó su curioso libro La botánica, Sventenius y yo, en el que narra una buena parte de su amistad con D. Enrique y los viajes realizados con él a los archipiélagos mencionados.
Las actividades en las islas no se limitaron a la recolección de plantas para su estudio. Quizás impulsado por las estrecheces económicas, colaboró con otros amigos en la fundación de la compañía Lycaste (nombre que aludía a una orquídea, preferida de su madre), posteriormente Orquidario Lycaste, dedicada en parte a la introducción, cultivo y venta de orquídeas y otras plantas ornamentales como la sudafricana Strelitzia reginae, el “ave de paraíso”. En la compañía, Sventenius realizaba su labor asesora como botánico y con ello conseguía solventar en parte sus apuros económicos.
En el Jardín Botánico del Puerto de La Cruz, en su aislado y tranquilo refugio de ermitaño, frente a las escaleras que pisara el mismísimo Humboldt, se supo rodear además de sus gatos Kim “el gran maestro”, sus hijos Ninou y Nepentes y luego Mayo, este último regalo de Olegario Mesa, su ayudante en el orquidario que formaba parte de un grupo de colaboradores que le acompañaban en sus herborizaciones y desplazamientos dentro y fuera de las islas, en el que también estaban el recordado y peculiar D. Carlos González y el “risquero” Israel Bello, a todos los cuales nombra en el prefacio de su Additamentum en agradecimiento a sus respectivas ayudas, poniendo a veces en peligro sus vidas para acceder a plantas interesantes colgadas en riscos casi inaccesibles como la interesantísima siempreviva gigante de Gomera (Limonium dendroides).
Sventenius tuvo ocasión de mantener un abundante epistolario con diversos botánicos de la península y extranjero (todos los continentes), además de la ya mencionada correspondencia íntima y familiar con el monje Adeodato Marcet y sus amigos-padrinos catalanes Teresa y Antonio. Entre otros se carteó con los profesores Pío Font i Quer y A. de Bolós, el experto en jardinería J. Pañella, así como diversos especialistas internacionales, particularmente en plantas suculentas, entre las que él tenía especial predilección por la familia de las Asclepiadáceas y de las cuales llegó a reunir una interesante colección, lamentablemente desaparecida, en el Jardín Botánico. Entre los más apreciados se hallaban el inglés E. Lamb, que visitó las islas en su yate junto a su esposa e hijo y a quien le dedicó una tabaiba amarga gomera (Euphorbia lambii) muy próxima a la tinerfeña E. bourgeauana, que él desconocía y cuya gran similitud no podía, por tanto, conocer. También al especialista alemán J. Krainz, como experto en plantas suculentas, le asignó un bello cardoncilllo gomero, la Ceropegia krainzi, una de las más llamativas de este grupo de plantas crasas canarias.
Sus dotes para trazar dibujos, “hechos con una precisión extraordinaria y con una técnica casi japonesa” según comentarios del crítico de arte de E. Westerdahl, una de las personas que han escrito algo en su memoria, se plasmaron en un número importante de láminas y acuarelas, mayormente de plantas canarias, sin olvidar sus queridas asclepiadáceas o algún curioso dibujo de sus correrías y paseos por Cataluña realizados antes de venir a Canarias. La mayor parte de las especies nuevas descritas por él están acompañadas de sus propias ilustraciones, siendo escasas las realizadas por algunos amigos como D. Celestino González, que ilustró el bejeque gomero Aeonium rubrolineatum, o D. Telesforo Bravo, autor de los dibujos de tres hierbas pajoneras (Descurainia artemisoides, D. gilva, D. gonzalezii), una col de risco (Crambe scoparia) y la magarsa del abad Escarré. No fue aquí, en las láminas, el único lugar donde Sventenius dejo plasmado su don artístico: tanto el diseño del Jardín Canario de Gran Canaria como los numerosos detalles que lo acompañan son fruto de su inquietud y sus dotes, con gran sensibilidad para captar o interpretar la naturaleza y combinarla armoniosamente con su propia obra.
Su especial cariño por los gatos, independientes, orgullosos y solitarios como él, le hizo rodearse de ellos tanto en el Puerto de La Cruz como en su corta estancia en el Jardín Canario Viera y Clavijo, al que se desplazó una vez que el Cabildo de Gran Canaria le hizo su contrato como director, abandonando definitivamente, de forma oficial, Tenerife en 1971. En su penúltimo año de contrato con el INIA, su nombre ahora figuraba como Eric R. Sventenius Larlesen (error por Carlesen). A fines del año 1971, volvió de Gran Canaria acompañado del jardinero D. Manuel Sánchez Santana para pasar sus últimas navidades en su acogedor tusculum de Tenerife y recoger sus últimas pertenencias. Seguramente, un momento muy especial para él después de tantos años de vivencias en ese querido rincón, su verdadero y único hogar, lejos del ambiente “ruidoso de los hoteles” que él comentaba en una carta a María Teresa.
Su pasión por los gatos lo llevó a lamentar tristemente la muerte de uno de ellos, quizás su gato preferido, Mayo, que enterró a los pies de su tusculum y al que dedicó uno de los pocos escritos no botánicos que conocemos de él. En dicho texto, publicado posteriormente por L. Kercher en un periódico local, se recoge la trágica muerte del querido animal al igual que siete años después ocurriría la suya en circunstancias muy semejantes: atropellado por un coche, al borde de una carretera donde en sus propias palabras “su despedida de este brutal y mecanizado mundo debió haber sido instantánea”.
Respetuoso y comedido en sus comentarios, un tanto tímido, “hombre solitario poco común, extraordinario e insigne”, con una “terrible capacidad de soledad” según palabras del profesor Wildpret, o que, según el crítico de arte y amigo Westerdahl, “tenía la sencillez del sabio pero también la íntima soberbia de una individualidad desplazada”, con una “dedicación ejemplar”. A pesar de ello, no dejaba de tener sus buenos y graciosos “golpes”, como cuando le recriminaba a Julia Pérez, compañera de carrera y primera bióloga incorporada al Jardín Canario, que estuviera tomando “kaka-cola” cuando compartíamos almuerzo con ella y Jaime O’Shanahan en una salida de trabajo en las cumbres de Gran Canaria.
Aunque su obra más visible para el pueblo, su Jardín Canario, donde reposan sus restos, aún espera una inauguración oficial entre los sones de la sexta sinfonía de Beethoven como él hubiera deseado, no es necesario tal acontecimiento para poder apreciar el gran legado que nos ha dejado en la exquisitez de los múltiples detalles del propio jardín, tan bien diseñados, dirigidos y elegidos por él. La piedra tallada (verde, roja, gris...), su color, su canto con el agua, el lenguaje vivo de las piedras abrazadas, cual amantes, por los endemismos, la Fuente de los sabios (un homenaje a algunos de los predecesores en la historia de la botánica canaria), su sencillez... Compartió sus valores con numerosos botánicos que visitaron las islas (Lamb, Lems, Benl...), se establecieron en ellas (Kunkel, Bramwell) o se formaron en la nueva Sección de Ciencias Biológicas (ULL) bajo la tutela del profesor W. Wildpret, hoy recién jubilado de sus tareas docentes, surgiendo numerosos biólogos locales al tiempo que llegaban al archipiélago jóvenes botánicos formados en prestigiosas universidades extranjeras, quienes desarrollaron trabajos de investigación pioneros que sirvieron, en parte, de modelos inspiradores para las investigaciones locales que se iniciaban a la sombra del Departamento de Botánica de la ULL. Destacan entre ellos los doctores Bramwell (que ha ocupado desde 1974 y hasta la actualidad el cargo de director del Jardín Botánico Viera y Clavijo, a raíz de la muerte de Sventenius), Dr. C. Humphries (autor de la revisión del género endémico macaronésico Argyranthemum, nuestras magarsas o margaritas, con veintidós especies conocidas exclusivas de Canarias, tres de Madeira y una de las islas Salvajes), L. Boulos (revisor, al igual que la Dra. A. Aldrige, de nuestras cerrajas y lechuguillas, Sonchus s. lato), o la suiza Ilse Mendoza-Heuer, que estudió nuestras chahorras (Sideritis spp.). A todos ellos y a muchos más, ofreció y brindó su ayuda incondicional y desinteresada.
Como reconocimiento a su labor, diversos botánicos hemos nominado alguna especie en su honor. Entre ellos, el Dr. P. Font i Quer le dedicó el monotípico género Sventenia, bella, humilde y pequeña cerraja que habita únicamente en los impresionantes riscos de Guayedra (Tamadaba, Gran Canaria); un espléndido homenaje para Eric, aunque en la actualidad este nuevo género, Sventenia, está considerado muy próximo e incluido en Sonchus. Pero hay otras especies dedicadas a él, tales como el helecho Cheilanthes sventenii Benl, la cariofilácea Cerastium sventenii Jalas (habitante de riscos en zonas medias y cumbreras en La Palma, Hierro y Tenerife), el Cheirolophus sventenii (Santos)Kunkel (un cabezón de risco exclusivo de La Palma), la magarsa herreña Argyranthemum sventenii Aldrige & Humphries, la siempreviva grancanaria Limonium sventenii Santos & Fernández, la pequeña boraginácea Erithrichum sventenii Sunding (también presente en África), la rara col de risco majorera Crambe sventenii Petterson ex Bramwell (que tuve el placer de redescubrir junto al Dr. Sunding en los riscos de Vigán en 1971), la chahorra grancanaria Sideritis sventenii Kunkel (una de las pocas con flores violetas) o el taginaste tinerfeño Echium sventenii Bramwell.
A pesar de que recibió diversas propuestas para ocupar otros puestos aparentemente más interesantes (Blanes y Cap Ferrat, al menos), quiso quedarse entre nosotros, en su querida tierra canaria que tantas alegrías le proporcionó pero que también, a veces, le hacía sufrir con su loco progreso y algunas incomprensiones.
Gracias, Eric, por tu amistad, las horas compartidas y el hermoso legado que nos dejaste, parte del cual aún espera ver la luz. En palabras de Jaime O’Shanahan, “En fin, todo el Jardín y cada planta, son testigo de un amor, una dedicación y un estudio riguroso y honesto”. Él lo sabe muy bien. Cunda su ejemplo con la misma honestidad.