Rincones del Atlántico

Breve aproximación a los sistemas agrícolas de Lanzarote

Marta Peña Hernández
Fotos: Marta Peña Hernández - Jaime Gil González - Rincones


Los avatares económicos del Archipiélago hicieron de Lanzarote una isla fuertemente agrícola. Durante largo tiempo el modelo económico imperante requirió que las islas de Lanzarote y Fuerteventura se vieran inmersas en una dinámica comercial que hoy los ecólogos y economistas no dudarían en calificar de insostenible, pero que se sostuvo con la sobreexplotación de los sectores más humildes de la población y evidentemente del medio.

El desarrollo en Lanzarote de los particulares sistemas agrarios que a continuación describiremos responde por tanto no sólo a factores de índole ecológica sino también a otros de carácter histórico, social, económico y cultural, cuyo tratamiento en profundidad no es posible abordar con propiedad en el artículo que nos ocupa.

Desde un punto de vista estrictamente técnico, ha sido el medio de Lanzarote, hostil por su aridez, por la constancia y la fuerza de los vientos, por la capacidad destructora de sus manifestaciones volcánicas más recientes, por la presencia de inmensos campos de arenas de origen marino…, el que ha definido las condiciones de partida tan duras que encontraron los agricultores y agricultoras de la isla para el establecimiento de la actividad agrícola.

Casi cualquier rincón susceptible de hacer prosperar un cultivo fue adecuado para tal cometido y hoy donde quiera que miremos no veremos más que las huellas de una intensa actividad agrícola pasada.

En Lanzarote, los despedregamientos realizados en los campos fueron de tal magnitud que desde nuestra óptica actual no es posible siquiera imaginar un trabajo tan desmesurado llevado a cabo en un mundo sin maquinaria, a fuerza de cargar cestos de piedras al hombro o a lomos de algún animal. El traslado de grandes volúmenes de arena volcánica (lapilli) hasta las tierras de cultivo para mejorar sus cualidades agrológicas mediante su transformación en arenados supuso una intervención sobre el medio de tal magnitud que cambió la apariencia de la isla. La plantación de miles de parras y árboles frutales en el fondo de hoyos abiertos en los inmensos depósitos de arena originados por la erupción de Timanfaya y la construcción de igual número de socos de piedras para abrigarlos del viento dio lugar a una de las actuaciones humanas de mayor envergadura y belleza de cuantas se hayan efectuado nunca en el Archipiélago. La rehabilitación de multitud de terrenos de cultivo sepultados por las arenas de la erupción de 1730, mediante la retirada y acumulación a su alrededor de parte de las mismas, ha constituido, igualmente, una buena muestra del empeño de las gentes de la isla por recuperar para la agricultura aquello que la naturaleza inutilizó. La construcción de pareones en las laderas de elevada pendiente, de traveseros en los cauces de los barrancos y de gavias para aprovechar las lluvias torrenciales que estacionalmente tienen lugar en Lanzarote es una muestra del trabajo ingente desarrollado para obtener suelo de cultivo en ámbitos donde predominaban los procesos de destrucción del mismo.

Todas estas actuaciones y otras que no hemos detallado tuvieron por objeto adaptar el medio para el establecimiento de la actividad agrícola. Pero la agricultura también tuvo que adaptarse al medio. Se seleccionaron aquellas especies y variedades más apropiadas para las condiciones de la isla, se desarrollaron las técnicas de cultivo más adecuadas al medio e incluso nuevos aperos y herramientas surgieron con los cambios tan grandes que en la agricultura de Lanzarote causó la erupción de Timanfaya.

La actividad agrícola en Lanzarote comienza en época temprana, pues existen referencias en las crónicas de la conquista normanda sobre la presencia de cebada en aquellos momentos. Ignoramos, sin embargo, dónde pudo practicarse, aunque no sería descabellado pensar que hubiera tenido lugar en aquellos terrenos en los que el agua procedente de las lluvias se acumulaba de manera natural. Estos espacios, que en la isla se conocen con el nombre de bebederos, ofrecerían sin duda mejores condiciones para el progreso de los cultivos que otros que no recibían tal aporte hídrico, de hecho, su utilización fue común hasta hace unas pocas décadas.

Igualmente, con el término bebederos los agricultores de Lanzarote se refieren a aquellos terrenos acondicionados para el cultivo donde el agua que corría tras las lluvias también se acumulaba, pero a diferencia del caso anterior, tras ser conducida hasta los mismos. Estos bebederos o gavias, con sus caños, alcogidas, tornas, tomaeros, testes, desagües…, es decir, con todos los elementos que tenían por objeto favorecer la acumulación del agua, llegaron a constituir complejos sistemas cuando se disponían en grandes vegas de cultivo como las de Guatiza o Mala.

El manejo agrícola de las gavias o bebederos comprendía diversas labores de mantenimiento como levantar los testes para retener el agua en el recinto de cultivo, nivelar su superficie para que el reparto de agua resultara uniforme en toda ella, barbechar con anterioridad a las lluvias a fin de garantizar una buena infiltración, etc. Además, el cultivo en estas gavias o bebederos precisaba de otro tipo de tareas destinadas a evitar la pérdida de humedad en el terreno una vez que éste había embebido el agua que acogió tras las lluvias y que consistían básicamente en la rotura de la costra superficial mediante sucesivas aradas. Como vemos, nos encontramos ante un sistema de cultivo complejo fundamentado en el aprovechamiento eficaz de las aguas de escorrentía que en Lanzarote y Fuerteventura se originan cuando aparecen las lluvias torrenciales que traen las borrascas del suroeste.

Otras estructuras agrícolas presentes en Lanzarote cuya base también radica en el aprovechamiento de las aguas de escorrentía son los traveseros o nateros. Como indica su propia denominación popular los traveseros no son más que espacios de cultivo elaborados por los agricultores en el fondo de los barrancos mediante el levantamiento progresivo de paredes de piedra atravesadas en el mismo cauce. La retención tras este cerramiento artificial de los materiales arrastrados por las sucesivas avenidas del barranco daba lugar a un suelo apto para el cultivo donde con anterioridad no existían sino afloramientos rocosos.

Los traveseros o nateros fueron utilizados principalmente para plantar higueras y otros árboles frutales (algarroberos, almendreros, granaderos, durazneros…), aunque aquellos de mayor tamaño también acogieron el cultivo de especies de porte herbáceo.

Tanto los bebederos o gavias como los traveseros o nateros constituyen, además de un ejemplo de aprovechamiento de un recurso tan escaso en la isla como es el agua, una opción eficiente de lucha contra la erosión. El progresivo abandono y posterior desmantelamiento de estas estructuras está ocasionando la pérdida de importantes volúmenes de suelo que ahora, tras las lluvias, podemos observar a modo de grandes manchas marrones en el mar junto a la desembocadura de los barrancos.

En el paisaje actual de la isla aún es posible intuir la gran actividad que en el pasado se desarrolló en sus campos. De hecho, con frecuencia podemos observar restos de paredes u otras construcciones agrícolas dispuestas en terrenos que se asemejan más a verdaderos eriales que a terrenos de labor. En Lanzarote la agricultura alcanzó las laderas de mayor pendiente, los llanos más áridos, los morros pelados…, ocupando cereales como la cebada y el trigo o legumbres como las lentejas y los chícharos estos terrenos de escasa capacidad agrológica. La adecuación de estos espacios para su cultivo demandó en ocasiones la realización de grandes despedregamientos y con frecuencia la construcción de pareones que estabilizaran unas laderas carentes de vegetación. El abandono de estas tierras marginales ha acentuado en muchos casos los procesos erosivos comunes a muchas zonas de la isla.

Como ya se avanzó en la introducción del presente artículo, buena parte de la superficie de Lanzarote se encuentra ocupada por arenas de origen marino dispuestas a modo de ancha franja que atraviesa la isla de norte a sur por su parte central. La apariencia desértica de esta comarca que las gentes de la isla llaman El Jable contrasta con el aprovechamiento agrícola y ganadero tan intenso que tradicionalmente ha soportado y que en algunos aspectos se remonta al tiempo de los majos.

A pesar de su uniformidad, El Jable contiene multitud de elementos que nos aportan información sobre los diferentes cambios que a lo largo del tiempo se han ido sucediendo en esta importante parte de la isla. Ocultos por las arenas encontramos incipientes suelos generados en periodos durante los cuales sobre los campos de dunas se desarrolló una cubierta vegetal, antiguos terrenos de cultivo que fueron sepultados durante la gran expansión que sufrieron las arenas a comienzos del siglo XIX como consecuencia del desmonte de la vegetación que las fijaba, dunas fósiles formadas en épocas muy lejanas bajo unas condiciones climáticas muy diferentes de las actuales, etc.

El uso tradicional de El Jable comprendió tanto actividades agrícolas como ganaderas; ambas en franco retroceso coexisten hoy con otras de carácter extractivo (extracción de áridos para la construcción) tremendamente agresivas con el entorno.

Vinculadas a la agricultura en El Jable se desarrollaron las siembras de cereales, trigo y centeno principalmente, y la plantación de huertas de melones, tomates, sandías, calabazas y batatas. Los cereales prácticamente han desaparecido de este espacio y únicamente su utilización en la elaboración de bardos explica su cultivo en algunos terrenos. De los restantes cultivos es el de la batata el que aún mantiene cierta presencia, aunque su superficie y producción actuales no son reflejo de la importancia que esta raíz llegó a tener en décadas pasadas cuando fue objeto de exportación al Reino Unido.

El viento, principal actor en este espacio tan peculiar, ha llevado a los agricultores a idear diversas técnicas destinadas a la protección de los cultivos y al aprovechamiento de las arenas que circulan promoviendo su acumulación en las parcelas a fin de atenuar las pérdidas de humedad del suelo subyacente. La colocación de bardos (pequeñas barreras elaboradas con tallos secos de centeno o trigo) y la realización de las labores de barbecho en las tierras trazando los surcos de forma perpendicular a la dirección de los vientos dominantes fueron las principales herramientas desarrolladas para lograr tales propósitos.

La plantación en El Jable, laboriosa en extremo, requiere la apertura de hoyos, en ocasiones muy profundos, a fin de encontrar los suelos que, como ya comentamos, ocultan las arenas y que serán los que van a sostener los cultivos, únicamente con la ayuda de algo de estiércol.

La trayectoria agrícola de Lanzarote cambió radicalmente en el año 1730 cuando dio inicio la erupción de Timanfaya y los materiales emitidos por los distintos centros eruptivos comenzaron a cubrir gran parte de la isla, afectando a importantes tierras de labor.

En un primer momento la erupción volcánica constituyó una verdadera tragedia para una gran cantidad de familias que viendo sus campos arrasados por la lava y los piroclastos tuvieron que abandonar la isla en condiciones de precariedad. Sin embargo, pronto se advirtió que la presencia de las arenas volcánicas sobre los antiguos campos de cultivo dotaba a éstos de mejores condiciones para la agricultura.

Los beneficios aportados por las arenas, garantizando una mayor disponibilidad de agua para los cultivos, compensaron con creces el trastorno que para el desarrollo de las labores agrícolas supuso la presencia sobre los terrenos de dicho material.

Son diversas las maneras en que los campos quedaron cubiertos y diversas también las formas en que las gentes afrontaron esta nueva situación.

Las zonas más próximas a los centros eruptivos emplazadas en la dirección de los vientos dominantes quedaron pronto sepultadas por un manto de lapilli de espesor considerable. Aquí las tierras fueron recuperadas para la agricultura mediante la plantación de parras y otros frutales, eso sí, previa apertura de hoyos en la arena en busca del suelo que fue cubierto. La profundidad y el diámetro de estos hoyos vendrían dados por el espesor de la capa de arena. En el borde de estos hoyos se disponía un muro pequeño de piedras que protegía las plantas del azote de los vientos casi constantes del noreste. Este sistema desarrollado por nuestros antepasados y aún en uso en la actualidad ha dado lugar a un impresionante y curioso paisaje que es utilizado como reclamo para atraer turistas a la isla. Sin embargo, nuestras autoridades no han ideado la forma de repartir también los ingresos generados por tantos visitantes entre quienes con su trabajo conservan este entorno, los agricultores.

Pero no sólo las parras y frutales ocuparon los terrenos cubiertos por las arenas, también los cereales y las legumbres, cultivos siempre fundamentales en la historia agrícola de la isla, encontraron su lugar. El cultivo de estas especies requirió también una importante labor de acondicionamiento de los terrenos, consistente básicamente en retirar parte de la arena que cubrió los mismos hacia los bordes de las parcelas donde era acumulada formando testes. De esta forma enormemente trabajosa se trató de aproximar a la superficie multitud de tierras que con anterioridad a la erupción ya soportaban una intensa explotación como las ubicadas en Tomaren, Conil, Guatisea, etc. En estos terrenos así acondicionados y en otros donde debido a su lejanía las arenas caídas apenas dieron lugar a una fina capa, los agricultores continuaron utilizando las técnicas tradicionales de cultivo consistentes en barbechar, sembrar y arar. Con el transcurso de los años las aradas mezclaron las arenas con el suelo que éstas cubrieron dando lugar a una capa arenosa que en la isla llaman polvillo y que es muy común encontrar en el centro y sur de Lanzarote.

Los márgenes de los campos de lavas originados durante la erupción de Timanfaya fueron también adecuados para el establecimiento de árboles frutales, aprovechando los agricultores los resquicios y desplomes (chabocos y jameos) originados durante su enfriamiento para acceder al suelo sepultado. No es extraño, pues, observar como asoman las copas de las higueras o las varas de las parras en pleno malpaís.

Uno de los sistemas de cultivo más conocidos de cuantos se han desarrollado en Lanzarote es el de los arenados. Este sistema tiene su base en los beneficios que aporta una capa de arena dispuesta de forma artificial sobre un suelo de cultivo (aumento de la infiltración del agua de lluvia, reducción de la escorrentía y la evaporación, disminución de la salinidad, aumento de los contenidos de humedad, etc.). Aunque aún no se ha podido determinar la fecha exacta en que este sistema se idea y pone en práctica, sí sabemos que es a mediados del siglo XX cuando se populariza al amparo de las ayudas del Instituto Nacional de Colonización. Hasta ese momento la posesión de los arenados era casi exclusiva de las familias más favorecidas, pues sólo éstas podían asumir los gastos de su elaboración.

La expansión de los arenados trajo consigo la reconversión de multitud de gavias o bebederos, que hoy, inutilizados todos sus componentes, esconden su tierra bermeja bajo una capa de arena volcánica. Las aguas de escorrentía que antes se encauzaban y conducían hasta las tierras de cultivo ahora son desviadas de las mismas para evitar estragos en los arenados. Aquí los cultivos prosperarán únicamente con el agua llovediza.

También nuevas técnicas de cultivo fueron desarrolladas. La capa de arena que da fundamento a los arenados no debe mezclarse con el suelo subyacente, de lo contrarío los beneficios que aporta quedarían atenuados. Por ello todas las labores a realizar tratarán siempre de mantener esta separación. El arenado se rastrilla superficialmente, soltando únicamente la capa de arena, sin tocar el suelo y la plantación se efectúa normalmente con ayuda de plantones en surcos o casolejas que se abren con sumo cuidado.

En un primer instante los arenados fueron dedicados al cultivo de especies relativamente exigentes como el millo, las papas, los garbanzos o las judías y al de aquellas con mayor valor económico como las cebollas, el tabaco, el tomate, las sandías, etc. Cereales como el trigo, la cebada o el centeno continuaron ocupando tierras de polvillo u otros terrenos de menor calidad. La ya citada posterior expansión de los arenados permitió el cultivo de éstas y otras especies como las lentejas, los chícharos o las arvejas, tradicionalmente ubicadas en terrenos marginales.

Los conocimientos populares asociados a todos estos sistemas y estructuras que hemos tratado de introducir caen en el olvido a medida que desaparecen aquellas personas tradicionalmente vinculadas al campo, pues no ha continuado su transmisión generacional. La pérdida cultural tan grande que estamos sufriendo sin darnos cuenta nos va convirtiendo en personas ignorantes y alejadas del medio en el que vivimos. Cada vez que un agricultor viejo muere se lleva consigo multitud de saberes resultantes no sólo de su paso por la isla sino también del paso de otros que le antecedieron.

Prácticas tradicionales relacionadas con la correcta ubicación de los cultivos en los campos, con el manejo adecuado del suelo para evitar la erosión y con la eficacia en el aprovechamiento de las precipitaciones, despiertan hoy el interés de gran cantidad de técnicos e investigadores. En Lanzarote, sin embargo, parece no importar la pérdida de todo este caudal de conocimientos y son escasas las iniciativas institucionales que promueven su rescate y estudio. Entre ellas debemos recordar la apuesta llevada a cabo por el Servicio de Patrimonio Histórico del Cabildo de Lanzarote que no sólo ha apoyado diversos trabajos de investigación en campo sino que en breve publicará un completo trabajo sobre el conocimiento agrícola tradicional de la isla que lleva por título Los Cultivos Tradicionales de la Isla de Lanzarote.

Hace ya algún tiempo que Lanzarote tomó un rumbo muy distinto al que mostramos en estas líneas, sin embargo, las actuaciones realizadas en el pasado por nuestros antepasados, para poder subsistir, dieron lugar a un paisaje que hoy es utilizado como reclamo para atraer visitantes a la isla. Lamentablemente, nos empeñamos en dar la espalda a aquello que no sólo permitió a nuestros viejos vivir en un medio tan duro sino que en parte sostiene también este “gran negocio” en que hoy se ha convertido Lanzarote. Dentro de unos años quedarán borrados de nuestra memoria las gavias, los pareones, los nateros, etc., dentro de unos pocos más también quedarán borrados del paisaje y con ellos se irá una parte muy importante de nuestra historia, aquella que nos recuerda lo que un día fuimos.

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