Dragos

Águedo Marrero

Jardín Botánico Canario “Viera y Clavijo”

Fotos: Águedo Marrero

Mitos y leyendas envuelven a los dragos desde la más remota antigüedad, formando parte, por ejemplo, de las escenas del imaginarium clásico de las Hespérides, de las escenas míticas como la del Herakleion en el paisaje tartésico de Gadir, o de escenarios bíblicos como en representaciones del Paraíso o la huida de la sagrada familia a Egipto. Así tenemos los dos grandes escenarios donde los dragos iban a quedar consagrados desde la antigüedad: el escenario gaditano, y por tanto en los confines del mundo conocido y donde la cosmogonía clásica adquiere plenitud, en un extremo, y en el otro, el escenario de Egipto y su entorno donde se diluían en la noche de los tiempos los orígenes de nuestra propia civilización.

 

Y es que los dragos eran ya conocidos desde la Antigüedad en ambos extremos del Mediterráneo. En el oeste, más allá de las columnas de Hércules, hacia las costas atlánticas de Cádiz y gargantas de la sierra de Grazalema, donde aún persisten los últimos reductos de las laurisilvas terciarias de Europa: creciendo sobre el túmulo que se alza sobre Geriones, como relata Filóstrato; o como recoge el relato de Posidonio, según Estrabón, sobre el árbol de Gádira que al cortarle la raíz sale un jugo bermellón, asociado a su vez al túmulo del templo que los fenicios habían dedicado a Melkart en Cádiz. Esto viene ahora confirmado al quedar recogido en el escenario gaditano de la lucha de Herakles y Gerión, en un bronce samio del s. VII a.C. En el extremo este del Mediterráneo, el propio Estrabón señala haber conocido en Egipto un árbol similar al de Gádira, y creemos no es casualidad que el drago formara parte de los iconos ambientales que representan desde tiempos pre-renacentistas la huida de la sagrada familia a Egipto, aunque sepamos que para estas ilustraciones probablemente se usaran como modelos los que crecían en Occidente, desde Valencia a Portugal.

 

 

Estos árboles productores de “sangre de drago”, o simplemente “dragos”, eran ya conocidos desde la Antigüedad clásica greco-romana o incluso antes; ya formaban parte de las leyendas, tanto por la “sangre” que producían como por su extraño porte. La resina era comerciada desde distintas procedencias, siempre en cantidades exiguas, confundiéndose en muchos casos con los polvos tóxicos de minio y de cinabrio. Desde el Índico, donde se extraía del drago de la isla de Socotora (que posteriormente recibiría el nombre de Dracaena cinnabari), a través del Mar Rojo y Arabia llegaba el cinabrio vegetal siguiendo la ruta del incienso, y probablemente las poblaciones de dragos existentes en las estribaciones montañosas a uno y otro lado del Mar Rojo no pasarían desapercibidas. Desde Oriente llegan precisamente las leyendas que relacionan el origen de los dragos con la trágica fusión de sangres del dragón y el elefante.

 

Desde los confines occidentales del Mediterráneo la sangre de drago llegaría, quizás en principio desde los entornos de Cádiz y las columnas de Hércules, y luego a través de la Península Ibérica y del noroeste africano, desde las islas macaronésicas y en concreto desde Canarias, donde se extraía del drago canario Dracaena draco. En el escenario occidental es notable su asociación a las colinas de Gadea, donde fuera vencido Gerión en su lucha contra Hércules (el Herakles de la mitología griega); y llama la atención cómo actualmente en ciertas culturas de la región guineo-congoleña, en África, tienen la costumbre de enmarcar las tumbas con tocones de algunas especies de Dracaena (Dracaena arborea, D. manni...).

 

 

Desde el punto de vista sistemático, el género Dracaena pertenece al grupo de las Monocotiledóneas (como gramíneas, palmas, lirios...). En sentido amplio el género Dracaena ha sido incluido en la familia Agavaceae, junto con pitas, yucas, etc., y en sentido más estricto en la familia Dracaenaceae, que sólo recogía dos géneros: Dracaena y Sanseviera (lengua-tigres). Estudios recientes que analizan filogenias moleculares y caracteres morfológicos han llevado a su inclusión en la familia Ruscaceae, que incluye los géneros Dracaena, Sanseviera, Convallaria, Liriope (cintas), Ruscus (aureolas), Smilacina, Nolina (árbol botella), Calibanus, Comospermum, Peliosanthes y Eriospermum. Y junto con otras familias próximas conforman el orden de Asparagales.

 

Las seis especies de dragos

 

El género Dracaena incluye actualmente algo más de 60 especies reconocidas de todas las zonas tropicales y subtropicales del mundo, desde Mesoamérica y las Antillas, África y Arabia hasta el sudeste asiático, Indonesia, Australia y las islas Hawai, aunque presenta su centro de diversidad en África tropical y subtropical montana. Constituyen un grupo de plantas muchas veces de difícil tratamiento taxonómico, tanto a nivel de grandes grupos (géneros y familias) como a nivel de especies o subespecies. Desde que Linneo, el padre de la nomenclatura y sistemática biológica moderna, describiera el género Dracaena, cerca de 2.200 nombres han sido adscritos al mismo, de los cuales sólo unos 60 son actualmente reconocidos, generando listados a veces considerables de sinonimias. El drago macaronésico, la especie más popular y que tipifica al género, no escapa a esta redundancia de nombres.

 

Los dragos propiamente dichos (las seis especies de dragos) vienen caracterizados por el porte monumental con tronco paquicaule, ramificaciones gruesas y follaje tan característico agrupado hacia el extremo de las ramas, y por la producción particular de exudados. Estas seis especies se circunscriben a dos áreas concretas a uno y otro lado del África septentrional: Macaronesia en el lado occidental, y entornos del Mar Rojo y golfo de Adén en el lado oriental.

 

El drago de Macaronesia:

Dracaena draco (L.) L., 1767

 

De igual forma que la palma y el pino canario, el garoé o la orchilla, el drago macaronésico fue de las plantas que más interés despertaron entre los exploradores, cronistas, naturalistas o viajeros, que muchas veces lo llevaban y cultivaban en las metrópolis. En 1576 Charles de l’Écluse (Carlos Clusio), médico y botánico flamenco, publicaba su Rariorum aliquot stirpium per Hispanias observatarum historia, donde recoge la primera descripción científica del drago, que él había observado creciendo en una colina entre olivos, detrás del convento de Graça en Lisboa. Clusio, fundador del Jardín Botánico de Leiden, en Flandes, uno de los primeros jardines botánicos de Europa, incluyó además en dicha obra un detallado grabado del drago, copia especular de la acuarela que Pieter van der Borcht había preparado para la misma. Aunque existen iconos del drago anteriores a esta lámina, como el de Martin Schongauer hacia 1475, el grabado que aparece en la obra de Clusio se puede considerar como la primera descripción botánica y precisa del drago macaronésico.

 

 

Otros autores prelinneanos también describieron el drago siguiendo el sistema polinomial o “nombres-frase”, como Bauhin en 1623, Parkinson en 1640, Plukenet en 1696, Commelin en 1689 o Kiggelaer en 1690. Estos últimos lo describían como: “Palma prunifera foliis juccae, fructu racemoso Cerasi-formi, ossiculo duro cinéreo, Pisi magnitudine, Lachrymam Sanguis Draconis dicta sit genuina Palma, multum dubitat Excellentiss” (palma con frutos de Prunus –cerezas– hojas de yuca, frutos en racimos y con forma de cerezas (...) y savia conocida como sangre de dragón...). Linneo lo describe por primera vez en 1762 en su sistema binomial como Asparagus? draco en la segunda edición de Species plantarum.

 

 

En diversas obras de finales del s. XVIII y principios del s. XIX el drago común se dio a conocer con diversos nombres, según los autores: Draco arbor (Garsault, 1764), Draco dragonalis (Crantz, 1768), Palma draco (Miller, 1768), Stoerkia draco (Crantz, 1768), Draco yucciformis (Vandelli in Roemer, 1796), Drakaina draco (Rafinisque, 1838) o Yucca draco (Carrière, 1859). Esto da idea de las dificultades tanto taxonómicas como sistemáticas que esta planta ofrecía. El propio Linneo en un periodo de 5 años dio hasta dos nombres para esta especie: Asparagus draco en 1762, y Dracaena draco en 1767, en Supplementum plantarum, que es el nombre correcto actual.

 

La especie es descrita por Linneo basándose en la descripción y grabado de la obra de Clusio de 1576 refundida en 1601, que recoge el porte de una planta completa y detalles tanto de la hoja como de una pinna de una infrutescencia. Esta lámina fue elegida recientemente como tipo de Dracaena draco por el botánico neerlandés y remero olímpico Jan Justus Bos, en 1993. Bos dedicó buena parte de su tiempo a la exploración de la flora subsahariana, y en especial el género Dracaena en África. A pesar de que la descripción de Linneo es bastante escueta y de que este autor indica como hábitat la India oriental, los detalles de la lámina permiten asimilarla a la especie macaronésica.

 

 

El drago común (que también recibe otros nombres en castellano, como drago, dragón, drago macaronésico, drago canario, drago de África, dragonero, árbol de la sangre de drago, árbol del drago o árbol gerión) es un árbol que puede alcanzar alturas hasta de 15-20 metros, bastante escaso en su medio natural y que vive en los archipiélagos de Macaronesia y en el Antiatlas marroquí. En Macaronesia en las islas de Cabo Verde, Canarias y archipiélago de Madeira. El drago de Marruecos fue dado a conocer en 1996 como subespecie del drago macaronésico: Dracaena draco (L.) L. subsp. ajgal Benabid & Cuzin, porque presenta algunos caracteres que lo diferencian del drago común, caracteres tan sutiles como el tamaño de los pedicelos y el color amarillo de las anteras de los estambres. Este descubrimiento llevó a replantearse el caso de los dragos de Gibraltar y actualmente se sospecha que pudieran ser un remanente de poblaciones silvestres habidas en tiempos pasados y se les encuadra dentro de la subespecie marroquí como subsp. ajgal.

 

Esta especie ha sido utilizada con otras arbóreas de la laurisilva o del termoesclerófilo en campañas de repoblación o reforestación, y se encuentra actualmente integrada en la jardinería urbana de plazas, parques y jardines, ramblas y medianas de autovías, huertos-jardines escolares, etc., así como en patios, jardinería doméstica en general, hotelera y entornos turísticos, constituyendo en ocasiones en las haciendas un elemento de distinción. Y es frecuente encontrarla hoy en los jardines de muchas ciudades que comparten clima de tipo mediterráneo: en diversas ciudades como en el sur y el levante de la Península Ibérica, especialmente en Cádiz y Almería, distintas ciudades del entorno del Mediterráneo, tanto del litoral europeo como norteafricano; en San Diego, California y en Miami, Florida; en diversas ciudades de Australia como Sydney, Brisbane o Adelaida; en Nueva Zelanda, etc. Siendo en algunas ciudades, como en Cádiz, de presencia milenaria.

 

 

Es una especie bastante rara en su ambiente natural. En el archipiélago de las Azores, aunque algunos autores la consideran como nativa, todos los dragos actualmente conocidos, algunos bastante viejos, están asociados a entornos urbanos o ambientes antropizados, plantados o subespontáneos. Poblaciones naturalizadas notables crecen, especialmente, en las islas de San Jorge y Flores. En Madeira, los viejos dragos silvestres de Ribeira Brava han quedado destruidos por sendos temporales (2009 y 2010), existiendo referencias de otros dragos ya desaparecidos, como el del Cabo Garajau y el de Seixal. En Porto Santo ya no queda drago silvestre alguno de los dragonales históricamente descritos. Todos los demás dragos conocidos actualmente, como los de San Andrés, As Neves, Funchal, Ponta do Sol o São Vicente son plantados o se asocian a la actividad humana.

 

En Canarias sólo hay evidencia de poblaciones silvestres de Dracaena draco en la isla de Tenerife, donde aparecen grupos importantes aunque muy depauperados en Anaga, Roque de Tierra, Roque de las Ánimas, Los Silos, Masca, Barranco del Infierno, Guía de Isora y Barranco de Badajoz.

 

 

En Gran Canaria existen algunas referencias de la existencia de dragos silvestres por la vertiente norte de la isla, todos ya desaparecidos, y el único ejemplar silvestre que crecía en los paredones del barranco de Pino Gordo no ha resistido los últimos años de sequía y en el año 2009 finalmente murió, extinguiéndose así en su estado natural en esta isla. Los dragos de Las Meleguinas y del barranco de Alonso, en el camino a Pino Santo, crecen en medios antropizados y son en todo caso de origen subespontáneo. Para esta isla se tiene evidencia de la existencia de dragos y dragonales en la franja termoesclerófila de la vertiente norte, por el hallazgo reciente de improntas de hojas fosilizadas datadas entre 2.700 y 9.000 años de antigüedad.

 

En la isla de La Palma no existe ninguna evidencia actual de la existencia de dragos silvestres. Los famosos conjuntos de dragos, como los de Las Tricias, Buracas, etc., y algunos otros de porte notable o monumental, como los de Las Breñas, crecen en zonas altamente antropizadas, asociadas a la cultura campesina con su intensivo uso en otro tiempo como forrajera. En las restantes islas de La Gomera, El Hierro, Fuerteventura y Lanzarote, aunque pueden existir, y existen, dragos viejos o monumentales, ninguno se puede considerar como silvestre o natural.

 

 

En el archipiélago de Cabo Verde el drago común está aún presente como especie silvestre en Santo Antão, São Nicolau y Fogo, donde forma poblaciones notables. Referencias históricas daban su presencia también para la isla de Santiago y São Vicente, y quizás existió de forma natural en Brava. En estas últimas islas existen dragos notables pero asociados a la actividad humana, en zonas urbanas o periurbanas.

 

En el Antiatlas marroquí, donde recibe el nombre de ajgal u ousgal, crece en un área bastante restringida, en los escarpes del curso medio de Asif Ou-Magouz, donde el barranco se encaja y serpentea entre los macizos de Jebel Imzi y Adad Medni. Estos escarpes se precipitan desde las cumbres que rondan los 1.500 y 1.300 m de cota, respectivamente, hasta el curso del oued en torno a los 400 metros. Aquí se han localizado varias poblaciones que en conjunto pueden aproximarse al millar de individuos.

 

 

Finalmente, en el Peñón de Gibraltar viven cerca de medio centenar de dragos juveniles y de media edad, muchos de ellos encaramados en los acantilados, totalmente inaccesibles y que, según las últimas apreciaciones, podrían ser descendientes directos de viejos dragos nativos de la zona y ya desaparecidos. En el Jardín Botánico de Gibraltar existen varios ejemplares notables que proveen de semillas, las cuales, ingeridas por las gaviotas, llegan fácilmente a los acantilados, pero se desconoce el origen de estas plantas. Igualmente notables son los viejos dragos, actuales o históricos, de Cádiz y de otras zonas próximas que van desde Portugal hasta Valencia. Pero los dragos de toda esta franja podrían tener orígenes diversos: de Grazalema, Gibraltar, Madeira, Canarias o Cabo Verde.

 

Otras cuatro especies de dragos se describen en la segunda mitad del s. XIX, un siglo después de las descripciones de Linneo en 1762 y 1767, y son el resultado de las diversas exploraciones realizadas en el este de África, en los territorios de Egipto, Nubia, Abisinia y Somalia, así como en Arabia y la isla de Socotora. En general, estas expediciones son consecuencia de la expansión colonial inglesa en plena época victoriana, que alcanzó en esas fechas su máximo apogeo.

 

El drago de Nubia:

 

Dracaena ombet Kotschy & Peyr., 1867

 

El drago de Nubia fue descrito a partir del material botánico recogido en las expediciones de Alexine Tinné (Alexandrine Pieternella François Tinné), a mediados del s. XIX, en las montañas de Erkowit, territorios del actual Sudán, en sus incursiones por el río Bahr-el-Ghazal. Alexine fue una acaudalada holandesa que, junto a su madre y su tía, se sumó a la saga de intrépidas exploradoras victorianas como Mary Kingsley o Florence Baker, que sin renunciar a sus ostentosas y refinadas costumbres se enfrentaron a las más arriesgadas aventuras. Alexine Tinné moriría en el Sahara en 1869 a la edad de 29 años, en medio de una reyerta Tuareg, y su nombre viene unido al de otros exploradores en la aventura de desentrañar el nacimiento del Nilo.

 

Los exploradores y botánicos austriacos, el veterano Karl Georg Theodor Kotschy y el joven Johann Joseph Peyritsch, publican en 1867 la obra Plantae Tinneanae, texto que describe la flora recolectada en la expedición de Tinné a Sudán, donde incluyen el drago de Nubia.

 

Dracaena ombet se conoce actualmente desde las estribaciones de Jebel Elba, en Egipto, hasta Djibouti (por ejemplo al sur de Ghoubbet y de Hemed), con algunas poblaciones muy depauperadas en Erkowit, por encima de Suwakin y Port Sudan, donde se conoce localmente como ombet (madre de la tierra), asa-ara o arob, y otras en Eritrea y Etiopía, siguiendo siempre las montañas y escarpes del Mar Rojo.

 

El drago de Somalia:

Dracaena schizantha Baker, 1877

 

El drago de Somalia fue descrito en 1877 gracias al material recolectado por Johannes Maria Hildebrand en abril de 1875, en la Somalia británica, en Meid Ahl y Serrutgeb, donde es conocido como moli. Estas montañas quedan actualmente adscritas a la jurisdicción etíope. Hildebrand había sido jardinero en el Jardín Botánico de Berlín, pero pronto destacaría como explorador y recolector de colecciones de historia natural, realizando importantes expediciones a Abisinia y Somalia. La especie fue descrita por John Gilbert Baker, un eminente botánico inglés de Guisborough, Yorks, vinculado durante la segunda mitad del s. XIX al Real Jardín Botánico de Kew, trabajando en su biblioteca y siendo conservador del Herbario.

 

 

Dracaena schizantha se distribuye a lo largo de los escarpes del norte de Somalia, por encima de las costas del Índico, pudiendo adentrarse hacia Etiopía y Djibouti, donde se confunde con la especie de Nubia. Algunos autores la proponen como subespecie de Dracaena ombet, y es probable que en algunas zonas las especies puedan ser simpátricas.

 

El drago de Socotora:

Dracaena cinnabari Balf.f., 1882

 

Esta especie fue descrita por sir Isaac Bayley Balfour, un eminente botánico escocés, formado en la Universidad de Edimburgo, que llegó a describir más de 1.100 especies. En 1874 participa en una expedición astronómica a la isla mascareña de Rodrigues, estudiando su flora local, y en 1880 participa en la expedición a Socotora. Fue profesor en las universidades de Glasgow, Cambridge y finalmente de Edimburgo, donde dedica especial esmero al Jardín Botánico y Arboretum.

 

 

Dracaena cinnabari es una especie endémica de la isla de Socotora, en el océano Índico, perteneciente a la República del Yemen. Crece formando auténticos bosques de dragos, monoespecíficos en el estrato arbóreo, en las zonas elevadas de la isla: las mesetas meridionales de Firmihin y montañas de el Haggier, Hamaderoh y Mumi, conformando junto al Adenium (rosa del desierto) paisajes de apariencia relíctico-ancestral.

 

 

El drago de Saba:

Dracaena serrulata Baker, 1894

 

Además de encargarse del Herbario de Kew, John Gilbert Baker dedicó buena parte de su vida a la didáctica, escribiendo diversos libros de texto sobre diferentes grupos vegetales, incluyendo Amaryllidaceae, Bromeliaceae, Iridaceae, Liliaceae y helechos. Además de Dracaena schizantha, vista más arriba, describe otras 68 especies del género Dracaena.

 

 

Dracaena serrulata fue descrita sobre el material recogido en la región del Hadramaut, en Yemen (mítico Reino de Saba, donde tuvo sus amores Salomón), y hoy se conoce en Arabia Saudí, Yemen y Omán. En Arabia Saudí crece al oeste y sur de Medina, y en el extremo sur del país, al sur y suroeste de Farshad, con algunos individuos en el entorno de Al Bahah; en Yemen crece en los escarpes de Hudaydah y a lo largo del Hadramaut; y en Omán en la región de Dhofar, desde los escarpes de Salálah hasta los de Samhan, al noreste de Mirbat.

 

La especie presenta cierta variación morfológica latitudinal y algunos autores modernos, como Sheila Collenette, colaboradora del Real Jardín Botánico de Kew, no descartan que las poblaciones de Arabia Saudí, especialmente las del entorno de Medina, puedan estar más relacionadas con el drago de Nubia que con el drago de Saba.

 

El drago de Gran Canaria:

Dracaena tamaranae Marrero Rodr., R.S. Almeida & Gonz.-Mart., 1998

 

El drago de Gran Canaria es una especie que crece en las cotas medias del cuadrante suroeste de la isla de Gran Canaria, desde los paredones de Amurga en el barranco de Fataga hasta la Mesa del Junquillo en el barranco de La Aldea. En la década de los 60 del siglo XX los grupos montañeros Grupo Universitario de Montaña y Grupo Montañero de San Bernardo habían localizado algunos individuos de dragos silvestres en los barrancos del sur de la isla, lo que comunicaron a Günther Kunkel, quien los dio a conocer en sendas publicaciones de 1972 y 1973. Kunkel, de nacionalidad alemana, destacó como naturalista y botánico, y después de su periplo por distintos territorios de Suramérica (Argentina, Ecuador, Perú, Chile, Juan Fernández), África (Liberia), Oriente Medio (Golfo Pérsico) y distintos países de Europa, recaló en Gran Canaria, en 1964, donde mantuvo su residencia durante más de una década. En las citas de Kunkel, así como en otras contribuciones de localización y cartografía, el drago de Gran Canaria, que siempre aparece en escarpes inaccesibles, fue referido a la especie macaronésica, Dracaena draco.

 

 

A comienzos de la década de los 90 del s. XX, el geógrafo y naturalista Rafael Almeida recoge por primera vez semillas de estos dragos, las cuales comparte con el Jardín Botánico Canario “Viera y Clavijo”. Desde el Jardín Canario, con la colaboración de dicho geógrafo y del biólogo Manuel González Martín, la dimos a conocer como entidad taxonómica diferente. Había transcurrido un siglo (104 años) desde la última especie de drago descrita en el mundo, el drago de Saba. Hasta ahora resulta endémica de esta isla y presenta más afinidades morfológicas con los dragos del este de África que con el drago macaronésico: con el drago de Nubia, con el de Somalia, y especialmente con el drago de Saba.

 

 

El hábitat de los dragos

 

Las especies de dragos aquí comentadas presentan en general requerimientos ecológicos similares. Todas habitan en franjas de vegetación xerófila o termoesclerófila, con clima desértico o subdesértico de tipo tropical-subtropical, donde las lluvias rondan entre los 100 y los 400 mm anuales. Así ocurre para las especies del este de África, Arabia y Socotora, aunque los ambientes más septentrionales, como en los entornos de Medina, en Arabia, y de Jebel Elba en la frontera Egipto-Sudán, son más xéricos, dominando las comunidades cactiformes de Euphorbia abyssinica. En el SE de Arabia y norte de Somalia, los escarpes que caen a uno y otro lado del golfo de Adén se ven algo beneficiados por los monzones, donde destacan en el lado de Arabia las comunidades de matorral espinoso subtropical de Acacia-Commiphora, mientras al norte de Somalia vive en los matorrales esclerófilos siempreverdes, por debajo de los bosques afromontanos, donde también crecen acebuches, sabinas, peralillos y lentiscos, pero con especies propias de la zona. El drago de Socotora vive en las condiciones más húmedas, también bajo el dominio de los monzones, pero conformando bosquetes entre matorrales esclerófilos de Boswellia, donde destaca la presencia de distintas especies crasas de Adenium y Dendrosicyos. El drago de Gran Canaria crece en los refugios de los escarpes inaccesibles de la franja termoesclerófila del sur-suroeste de Gran Canaria, en comunidades potenciales del sabinar (Juniperus turbinata subsp. canariensis) con acebuches (Olea cerasiformis) y jaras (Cistus monspeliensis), entre el cardonal-tabaibal y el pinar. El drago macaronésico está más ligado a la influencia indirecta de los vientos alisios, conformándose las principales poblaciones en la franja termoesclerófila de la fachada norte y noreste, por debajo del monteverde, donde comparte espacio con la sabina, el espino (Rhamnus crenulata) o Globularia salicina, entre otras, coincidiendo muchas veces con el hábitat de la palma canaria (Phoenix canariensis). Cuando aparece en la fachada sur y oeste prefiere los ambientes más favorables donde pueden llegar reboses de los vientos húmedos. No es extraño, por ello, encontrar algún drago entre cardones, en los bordes de la laurisilva o incluso entre el pinar. En condiciones similares aparece también en Madeira o de forma naturalizada en Azores, donde la franja termoesclerófila llega hasta el nivel del mar. En las islas de Cabo Verde, por el contrario, asciende hasta las cotas más altas de la vertiente norte, donde en otro tiempo debió de compartir hábitats con los bosquetes de marmulanes y de acacia blanca, y donde además de recibir la influencia atenuada de los alisios también se ve favorecido por los monzones de invierno. En Marruecos, en las estribaciones meridionales del Antiatlas, las poblaciones de dragos viven también en refugios donde comparten hábitat con Tetraclinis (parecida a una sabina), arganes y encinas, entre matorrales espinosos y cortejos florísticos que recuerdan a Macaronesia.

 

 

Todas estas comunidades termoesclerófilas de uno y otro extremo de África se han visto de alguna manera afectadas por la lenta pero implacable desertización del Sahara, que en apenas unos 10.000 años ha pasado de ser una estepa, una sabana y en muchas zonas incluso un bosque, al mayor y más desolador desierto del mundo. Este otro cambio climático está llevando a que muchas especies, cada vez más atrincheradas y que no están encontrando los territorios o nichos adecuados para su supervivencia, se encuentren al borde de la extinción. A esto se añaden los impredecibles vaivenes del actual cambio climático, en buena medida consecuencia del deterioro ambiental. Este grupo de plantas, que en algún momento remoto, junto a otros grupos de familias bien distintas, se vieron favorecidas o se originaron como consecuencia de alguna infección-mutación (alguna “picada de mosquito”) que les facultó de obesidad y adaptación a los desiertos, se encuentran hoy ante otro tipo de factores, que desconocemos, de manera que en los mismos ambientes de desierto para el que supuestamente están adaptadas, se les hace la vida incomoda. Como ya hemos comentado en alguna otra ocasión, todo hace sospechar que ya en su hábitat natural no se encuentran a gusto. Y el hombre, deliberadamente o no, interviniendo para que así sea.

 

 

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