Tras las rutas florísticas

macaronésicas continentales

Viajes de ida y vuelta al suroeste de Marruecos

Jorge Alfredo Reyes-Betancort - Arnoldo Santos Guerra

Biólogos. Unidad de Botánica del Instituto Canario de Investigaciones Agrarias (ICIA)

Fotos: Autores - Leopoldo Moro Abad

 

Aprovechamos esta ocasión para saltar el “río” que nos separa del vecino continente africano. Nos adentraremos en lo que algunos autores han definido como el enclave macaronésico continental, término no exento de intrigas en el mundo científico-académico. Aquí y ahora, su nombre técnico nos da igual; sólo sugerimos sumergirnos en un paisaje de extraordinaria belleza, que a pesar de estar fuera de nuestras fronteras físico-políticas nos ha hecho sentir como si estuviéramos en casa... Por algo será.

 

A lo largo de nuestra historia archipelágica, este trozo de África ha sido testigo de un vaivén de seres vivos que, por una parte, han ido colonizando, al menos desde hace más de 20 millones de años, a medida que se iban enfriando, nuestras islas de fuego surgidas desde las profundidades del océano, y que por otra parte, regresaban a la tierra de sus antepasados cargados de quimeras surrealistas fruto de caprichos evolutivos lejos de las normas continentales.

 

 

Pero ¿qué es eso que nos llama tanto la atención? Modestamente diríamos que son tres los paisajes vegetales con los que nos tropezamos que tienen esa impronta insular, cual fotografías sacadas de un viejo almanaque que muestra algunos rincones de nuestra tierra:

 

1) Bosques esclerófilos abiertos dominados por el argán (Argania spinosa), que nos llevan a compararlos con nuestros acebuchales dominados por Olea cerasiformis. Estos bosques se adentran hacia el interior por el amplio valle del Souss-Massa, pero siempre bajo el influjo oceánico que los mantiene separados del empuje sahariano.

 

2) Ligados más al descenso de las precipitaciones nos encontramos con los cardonales, matorrales prácticamente exclusivos, en esta longitud, de Canarias y la costa que abarca el suroeste marroquí y el Sahara Occidental (con permiso de los cardonales enanos de Euphorbia resinifera del Atlas). Éstos vienen caracterizados por las formas cactoides de las especies de Euphorbia que los dominan.

 

3) Por último nos encontramos con los matorrales costeros del litoral arenoso-pedregoso, donde hallamos idénticas estructuras vegetales adaptadas al intenso forcejeo con la maresía o los complejos dunares dominados por grandes arbustos, entre los que tiemblan azotadas por el viento higuerillas de playa (Euphorbia paralias) y tahaboires rosados (Ononis tournefortii).

 

 

Desde el punto de vista paisajístico se nos podría reprochar que esta impronta la podemos observar en cualquier lugar con ambiente desértico o semidesértico, lo cual no deja de ser cierto, pero si nos adentramos, si descomponemos un poco más esas fotografías, nos damos cuenta de que un número importante de elementos de ese paisaje se encuentra a ambos lados del brazo de mar que nos separa, y por lo tanto nos relaciona. Es más: de esos elementos, algo más de una veintena son exclusivos de Canarias y de esta zona continental (suroeste de Marruecos y oeste del Sahara Occidental), lo que sustenta las afinidades florísticas de ambos territorios y el origen común de sus floras.

 

 

En los últimos años se han seguido sumando a este elenco de endemismos compartidos Ammodaucus nanocarpus, Asplenium filare subsp. canariense, Aaronsohnia pubescens subsp. maroccana, Matthiola longipetala subsp. viridis, entre otras, lo que viene a sugerir que aún queda mucho por explorar en nuestra vecina costa africana. Es por ello por lo que esta vasta zona requiere aún de un estudio pormenorizado que nos permita conocer en mayor profundidad su contingente florístico y sus aún deficientes límites corológicos, para así poder abordar con garantías los estudios relativos a desvelar las relaciones canario-africanas. Esta labor, que precisa continuidad, fue emprendida ya hace muchos años por diversos botánicos españoles como A. Caballero y E. Guinea, o incluso por algunos geólogos como F. Quiroga y la familia Hernández-Pacheco, y algunos extranjeros como R. Maire, L. Emberger, M. Murat o Th. Monod. Más recientemente esta interesante zona ha recibido la atención de algunos botánicos marroquíes, en particular A. Benabid, M. Fennane, M. Rejdali y F. Msanda, o franceses como J. Mathez, Ch. Sauvage, J.P. Peltier, A. Dobignard, F. Médail o el experto P. Quézel.

 

 

Los límites de este territorio con afinidades insulares se nos antojan dibujados por la propia distribución de las especies compartidas y también al menos de las emparentadas, lo que nos obliga a trazar como límite norte la ciudad de Safi (cómo nos recuerda a la antigua Arrecife, aunque sólo sea por los rótulos de las conserveras y el olor al subproducto antaño símbolo de identidad del barrio de Valterra), extendiéndose hacia el sur hasta los confines del Sahara Occidental, en la frontera con Mauritania (algunos autores sugieren un límite más meridional aún, en el norte de Senegal, llevados por la distribución de la tabaiba dulce). En estos dos extremos no deja de ser un territorio eminentemente litoral, cuestión fácil de entender por la presión que ejercen, respectivamente, el contingente florístico mediterráneo y el sahariano. Entre la ciudad de Tamri y la desembocadura del Noum, núcleo duro del territorio en cuestión, los límites se retraen hacia el interior, pero sin dejar tras de sí el influjo oceánico que le confiere esa particularidad, ese detalle de insularidad que venimos reivindicando, que permanece en constante lucha contra el desierto sahariano.

 

 

Desde el punto de vista geográfico se trata de un territorio complejo: en su porción norte destacan las estribaciones occidentales del Alto Atlas y del Antiatlas, donde se intercalan paisajes agrestes con amplios valles. Aquí la geología se complica con numerosas muestras de granitos, gneises y esquistos, dolomías, calizas y areniscas que se intercalan a modo de mosaicos. Sin embargo, hacia el sur se extiende sobre una gran llanura (plataforma litoral y hamada) cortada, especialmente en su parte más septentrional, por ríos en su mayoría secos durante gran parte del año. Sus costas son acantiladas aunque su cortado perfil no es de gran altura, y en su base descansan, en ocasiones, extensas playas arenosas.

 

 

El clima es cálido y seco, encontrándose atemperado por la fresca influencia oceánica y los alisios que las visitan con frecuencia. Las precipitaciones pueden oscilar entre los 350 mm que se registran en la zona norte (ciudad de Safi) y los menos de 50 mm en las zonas más áridas del sur, como en El Aaiún, pudiendo alcanzar hacia el interior y en zonas elevadas casi los 500 mm (Ida ou Tanane).

 

Visto esto, y valga nuestra deformación profesional como botánicos, queremos que nos acompañen en un breve recorrido por algunos de estos paisajes vegetales a los que nos hemos referido anteriormente como improntas insulares en el vecino continente.

 

 

Apenas a unos 375 km en línea recta de la isla de Lanzarote, sin dejar de sentir el fresco alisio que tanto nos beneficia, se encuentra cabo Ghir, un saliente de la costa suroccidental marroquí, al noroeste de la ciudad de Agadir y a no más de 40 km de ella. Tiene el aspecto de una isla baja presionada hacia el atlántico por las estribaciones del Alto Atlas. Aquí, en el entorno del faro que entró en funcionamiento en 1932, observamos sobre un terreno arenoso-pedregoso los pequeños cardones (Euphorbia officinarum subsp. officinarum) y las tabaibas amargas (Euphorbia regis-jubae) que hemos mencionado; punzantes aulagas (Launaea arborescens) y espinos (Lycium intricatum), cornicales (Periploca angustifolia), berodes casi afilos (Kleinia anteuphorbium) y un tojio de tiernas y brillantes hojas (Asteriscus imbricatus).

 

 

Desde aquí cruzamos la remodelada ciudad de Agadir, en gran parte destruida por las fuerzas telúricas en 1960, destino a las altas montañas donde se halla el Jbel Imzi con sus 1.540 m.s.n.m., morada de los dragos que trepan por los perfiles verticales del macizo granítico. Nos alejamos de la ciudad de Ait-Baha en dirección suroeste; a pocos kilómetros dejamos la carretera principal al tomar un desvío a la izquierda. Siguiendo éste nos adentramos en un macizo montañoso granítico (extremo occidental del Antiatlas) muy interesante. Cauces tortuosos salpicados por palmerales cultivados de Phoenix dactylifera, adelfares de Nerium oleander y alfagdí (Vitex agnus-castus), ésta última parasitada por los volubles tallos de Cuscuta monogyna, bosquetes abiertos donde se suceden unos particulares zumaques de nombre sderi (Rhus tripartita), acebuches (Olea maroccana), solitarios almácigos (Pistacia atlantica), e incluso encinas (Quercus rotundifolia); Kasbahs y poblados bereberes mimetizados con el entorno en los que parece haberse detenido el tiempo; moradores escurridizos, las ventanas hablan y nos dirigen por la serpenteante pista. Valles pintados con olivos (Olea europaea) y palmeras, arganes que se reúnen al pie de las escarpadas montañas. Retamones (Teline segonnei), jarales (Cistus creticus) y lavandas (Lavandula maroccana) quedaron impresos en nuestras retinas. Tras el largo camino nos tropezamos con el asfalto de la carretera que nos llevará más tarde al pueblo de Anezi y luego a Tiznit. Pero mucho antes de esto, mientras descendemos en paralelo por la cara sur del montañoso Jbel Imzi, encontramos un pequeño valle a nuestra derecha que nos adentra en el macizo. Desde aquí ascendemos por una pista algo tortuosa hasta un pequeño caserío de nombre Agadir-Oujgal. Aquí termina la pista, y mientras unos niños se nos acercan curioseando, nosotros aprovechamos para estirar las piernas y entablar conversación. Las mujeres insinúan una sonrisa bajo su velo, sin embargo se niegan a ser fotografiadas. Nosotros, poseídos por las historias sobre los dragos del Antiatlas, nos ponemos rápido en camino y a paso ligero trepamos los últimos metros hasta alcanzar el filo del Jbel Imzi. Aquí, mientras el viento fresco se desliza por nuestro rostro sudoroso, asoman los primeros pies de dragos que se mantienen en alto en tan arriesgado escenario: caídas verticales de centenares de metros donde quedan embebidos pequeños andenes que sirven de refugio a diversos grupos de centenarios ejemplares que se acompañan de otras especies arbóreas mediterráneas, incluso las mencionadas encinas. Hay quienes contabilizan varios millares de dragos. El paisaje en sí es espectacular; la vista se nos pierde por doquier: los embalses del Oued Massa hacia occidente, el Adad-Medni a septentrión y la continuación del Antiatlas dirección a La Meca. Cuando volvemos a la consciencia nos sentimos empequeñecer. La vasta región nos desborda.

 

 

En este enclave son numerosos los ejemplos florísticos canarios compartidos que nos sorprenden, como el cerrajón (Sonchus pinnatifidus), el loro (Laurus novocanariensis), helechos (Asplenium filare subsp. canariensis), el bejeque (Aeonium kornelius-lemsii), descendiente de emigrantes canarios, Bupleurum dumosum, pariente próximo de nuestro Bupleurum handiense, otros de áreas más amplias como los helechos de cochinilla (Davallia canariensis) y la doradilla peluda (Cosentinia vellea), o la interesante y vistosa corona de la reina (Coronilla viminalis), además de los que esperan ser revisados en profundidad (especies de los géneros Andryala, Frankenia, Limonium, Pancratium o Scilla). Si bien con distinto sustrato bajo nuestros pies, pues el granito domina por aquí, podríamos decir que durante pequeños momentos nos daba la impresión de que estábamos perdidos en la cabecera del Barranco del Infierno en Tenerife o en el de las Presas en Gran Canaria.

 

 

Con cierto sinsabor abandonamos el Jbel Imzi; podríamos dedicar toda una vida a su geografía física y humana, a sus restos arqueológicos... pero aún nos quedan muchas cosas por ver. De vuelta a la carretera asfaltada cruzamos Anezi con destino a la ciudad de Tiznit.

 

 

A las puertas de ésta nos sedujo un jable, dedicado en parte al cultivo del trigo, en cuyos bordes florecían alhelíes (géneros Malcolmia y Matthiola), cardos (Onopordon dissectum) y chabusquillos (Astragalus solandri), mientras que entre nuestras piernas correteaba un seco cebollín estrellado, ¿Androcymbium psammophilum? Esto último es una cita a comprobar. Deslizándonos hacia el sur llegamos a la ciudad de Guelmin (“la puerta del desierto”, como aclaman para los turistas algunos lugareños); desde aquí atravesamos la llanura en la cual se encuentra enclavada esta ciudad, y en dirección al ocaso nos acercamos a la ciudad costera de Sidi Ifni. Pronto entramos en un sistema montañoso dominado por un bosque bien conservado de arganes donde camellos y cabras se abastecen de él, y cuyos frutos son aprovechados por los nativos para obtener distintos productos alimenticios y medicinales. Acebuches y acacias (Acacia gummifera) son otros arbolitos del lugar. Entre ellos nos sorprenden, cual literal espejismo, tabaibas amargas (Euphorbia regis-jubae) que se abren paso entre uno y otro árbol tal y como lo hacen en nuestras islas entre sabinas y acebuches. Intentamos retroceder unos pocos miles de años, no más de tres, y creemos ver a través de este paisaje las medianías canarias que se descubrían ante los ojos de sus primeros pobladores.

 

 

A medida que perdemos altitud en dirección hacia la costa el bosque de arganes cede protagonismo al cardonal-tabaibal, en este caso dominado por Euphorbia officinarum subsp. echinus, el dagmús, como lo llaman los árabes. Este pequeño cardón muestra una extraordinaria semejanza morfológica con nuestro cardón de Jandía (Euphorbia handiensis), con el cual, sin duda, está emparentado. La tabaiba amarga, el espino (Lycium intricatum) y los berodes afilos acompañan al dagmús en este paisaje vegetal tan característico también de nuestro piso basal. El mar se abre ante nuestros ojos y descendemos hacia la playa de arena a través de la desembocadura de un pequeño río que limita al norte con la ciudad de Sidi Ifni, antiguo bastión colonial de la ocupación española. El paisaje en el que se hacen presentes también los materiales volcánicos no nos deja despertar; el sueño canario sigue incorrupto: las dunas atrapadas por balancones (Traganum moquinii), los acantilados jaspeados de lechugas, tomillos y uvas de mar (Astydamia latifolia, Frankenia capitata y Zygophyllum fontanesii), algoaeras (Chenoleoides tomentosa) y una siempreviva local (Limonium mucronatum), todos son testigos de nuestra perplejidad.

 

 

Dejamos atrás la ciudad de Sidi Ifni en dirección sur con destino a la desembocadura del Oued (río) Noum (Foum Assaka), último escaparate de nuestra peripecia por tierras magrebíes. Un paisaje, bastante degradado, de llanuras con escasa cobertura vegetal, muros de piedras, matos (Salsola vermiculata y Suaeda ifniensis), aulagas y espinos nos sumergen en un paisaje sin duda alguna majorero. Traganopsis glomerata, un endemismo de esta zona de Marruecos, nos hace reubicarnos. La llanura es interrumpida en numerosas ocasiones por lechos de arroyos semisecos dominados por el tarajal (Tamarix canariensis) o tarfa, como lo llaman por aquí, y el guerzim (Nitraria retusa). Aquí y allá nos sorprende la hospitalidad de pescadores que moran temporalmente en pequeños habitáculos diseminados por la planicie costera.

 

 

Al soco del viento, en una barranquera próxima, llama nuestra atención una pequeña población de tabaibas dulces (E. balsamifera subsp. balsamifera) hasta ahora oculta a nuestros ojos; antaño, según el botánico español Arturo Caballero, merecía su independencia taxonómica bajo el nombre de Euphorbia capazi.

 

 

Nos topamos con alguna playa arenosa, como aquélla próxima a Tazrout en la que nos encontramos con una interesante relación de plantas de nuestro interés: el corazoncillo Lotus assakensis, parecido por su indumento a nuestro L. kunkelii; entre las comunes a ambos territorios hay que mencionar el robusto salado blanco (Polycarpaea nivea), los tomillos de mar, la Inula lozanoi, que no es otra cosa que nuestra Pulicaria burchardii subsp. burchardii, la tojia blanca (Asteriscus schultzii), un pariente de nuestra uva de mar (Zygophyllum gaetulum), la algoaera, o el exclusivo halma (Echiochilon chazaliei) que nos acompañaría, si pudiéramos, hasta la Mauritania.

 

 

Seguimos adelante y el camino elegido nos aleja un poco de la costa y nos introduce entre cerros dominados por el cardonal-tabaibal. Como elemento más singular, por el verdor que le imprime a las barranqueras que se suceden a nuestro paso, destacamos una especie de hinojo, Anetum foeniculoides, con sus numerosas varas verdosas, que no ha conseguido cruzar el “río”.

 

 

El paisaje se vuelve a abrir y la planicie que se extiende de manera breve bajo nuestros pies se corta bruscamente por nuestro destino final, el Oued Noum. Desde lo alto observamos la desembocadura de este río que, encajonado entre sustratos duros durante su recorrido vital, parece sucumbir en su último tramo en un campo de arenas; un bello paisaje que se nos presenta como oasis de vida. En esta cornisa, gracias a la fresca brisa oceánica, destaca la lechuga de mar. A medida que descendemos, en sus laderas observamos especies como la demmia (Perraldieria coronopifolia subsp. purpurascens), la parásita Striga gesnerioides que vive asociada a las raíces del cardón (E. officinarum subsp. echinus), Warionia saharae, curioso cabezón de espectaculares flores amarillas, tortuosos arbustos de argán y cornicales, tabaibas, cardones y berodes. En el cauce, todavía rociado por aguas semidulces, los adelfares y tarajaledas dan cobijo a aves viajeras. En su desembocadura se extienden las blancas arenas eólicas donde una vez más el balancón y las higuerillas de playa nos hacen retomar nuestra impronta insular más allá de nuestras costas.

 

 

Hasta aquí hemos pretendido destacar las similitudes entre Canarias y esta zona continental con importantes afinidades macaronésicas, pero no queremos irnos sin destacar también el gran número de especies endémicas (algunos autores contabilizan más de 120), y por tanto exclusivas, de esta región africana que no han sido capaces de alcanzar nuestras islas o no han podido perdurar más allá de los límites que imponen los vientos dominantes y el fuerte oleaje del Atlántico. La contraposición de este elevado número de endemismos continentales frente al elevado número de endemismos insulares ha hecho que muchos otros autores hayan visto las “pocas” coincidencias como obligado resultado de la proximidad territorial.

 

 

Diversos arbustos como Asteriscus imbricatus, Ceratolimon weigandiorum, Echiochilon chazaliei, Pentzia hesperidum, Teucrium chardonianum o Traganopsis glomerata, y herbáceas como Senecio hesperidum, Ismelia carinata (una de las especies que conservan caracteres del ancestro de nuestros Argyranthemum) o Hannonia hesperidum, entre otros muchos, imprimen una fuerte idiosincrasia al lugar que desde antaño ha sido considerado de tan alta estima que ha merecido para distintos autores su independencia florística dentro de Marruecos, aunque atomizado (por su visión más global del territorio) en al menos cuatro subdivisiones biogeográficas (Haha-Ida ou Tanane, Souss, Antiatlas occidental y el Marruecos sahariano).

 

 

1

2

3

Aaronsohnia pubescens subsp. maroccana

Aeonium balsamiferum / A. kornelius-lemsii

Anthemis tenuisecta

Ammodaucus nanocarpus

Andryala pinnatifida subsp. buchiana / subsp. jahandiezii

Arenaria olloixii

Anacyclus radiatus subsp. coronatus

Argyranthemum spp. / Ismelia carinata

Caralluma (Apteranthes) joannis

Artemisia reptans

Bupleurum handiense / B. canescens

Centaurea gentilii

Asparagus pastorianus

Caralluma (Apteranthes) burchardii subsp. burchardii / subsp. maura

Ceratolimon weigandiorum

Asplenium filare subsp. canariense

Chamaecytisus proliferus / Ch. mollis

Cheirolophus tananicus

Asteriscus graveolens subsp. odorus

Dracaena draco subsp. draco / subsp. ajgal

Echiochilon chazaliei

Asteriscus schultzii

Erucastrum cardaminoides / E. ifniensis

Erucaria ollivieri

Astydamia latifolia

Euphorbia handiensis / E. officinarum subsp. echinus

Fagonia harpago subsp. ifniensis

Chenoleoides tomentosa (Mad., Salv.)

Kleinia neriifolia / K. antheuphorbium

Genista ifniensis

Erodium hesperium

Limonium papillatum / L. chrysopotamicum

Hannonia hesperidum

Euphorbia balsamifera subsp. balsamifera

Lotus lancerottensis - kunkelii - arinagensis / L. chazaliei / L. assakensis

Helianthemum sauvagei

Euphorbia regis-jubae

Olea cerasiformis / O. maroccana

Hesperolaburnum platycarpum

Frankenia capitata

Ononis catalinae / O. zygantha

Ighermia pinifolia

Helianthemum canariense

Jasonia hesperia

Limonium tuberculatum

Lavandula maroccana

Lobularia canariensis subsp. marginata

Leontodon orarius

Matthiola longipetala subsp. viridis

Limonium asperrimum

Ononis hesperia

Limonium fallax

Polycarpaea nivea (CV.)

Limonium mucronatum

Pulicaria burchardii subsp. burchardii

Lotus pseudocreticus

Rhus albida

Micromeria monantha

Salsola franquenioides

Pallenis teknensis

Salsola portilloi

Pentzia hesperidum

Scilla iridifolia

Sclerosciadum nodiflorum

Senecio massaicus

Senecio hesperidum

Sonchus bourgeaui

Stoibrax hanotei

Sonchus pinnatifidus

Teline segonnei

Suaeda ifniensis

Teucrium dealianum

Traganum moquini (CV.)

Teucrium tananicum

Zygophyllum fontanesii (Salv., CV.)

Thymelaea antiatlantica

1. Endemismos compartidos (además con Madeira –Mad.–, Salvajes –Salv.– o Cabo Verde –CV.–)

2. Endemismos insulares (en negrita) / Endemismos continentales emparentados

3. Algunos endemismos continentales del área considerada

 

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