Entre el desencanto y la esperanza: una visi贸n humanista del medio rural canario

Ram贸n D铆az Hern谩ndez

Grupo de Investigaci贸n Geograf铆a Econ贸mica y Social de la ULPGC

Fotos: Francisco Rojas Fari帽a - Marcos Bello Garc铆a
Centro de Fotograf铆a Isla de Tenerife - Rincones

 

No venga a tasarme el campo
Con ojos de forastero
Porque no es como aparenta
Sino como yo lo siento

                                            Osiris Rodriguez Castillo

En el principio era el miedo. El hombre es un ser esencial e incurablemente aterrorizado. Eso era lo que antes de Freud quer铆an combatir los antiguos fil贸sofos: 鈥es el temor, el p谩nico, el espanto injustificados, irrazonados 鈥揹ijo Epicuro鈥 lo que quiero extirpar pacientemente. Para eso me hace falta una representaci贸n del mundo que neutralice la naturaleza y [鈥 para colocarla simplemente ante m铆, fuera de m铆, como un espect谩culo鈥. Sin embargo, el mundo concebido por Arist贸teles y Tolomeo, opuesto abiertamente a la visi贸n epic煤rea, es el mismo que se cristianiza durante la Edad Media y nos llega m谩s o menos intacto a nuestros d铆as. Obviamente Epicuro fue el 煤nico fil贸sofo antiguo que Dante mand贸 al infierno, toda vez que en la espiritualidad dominante en Occidente lo que el hombre exige es una naturaleza hecha a su medida; es decir, un mundo cuyo centro sea 茅l2. La aceptaci贸n de una concepci贸n as铆 supuso fijar los ra铆les por donde habr铆a de conducirse la historia.

 

 

Para comprender las cosas que nos rodean s贸lo existen dos v铆as transitables: ver y sentir. Nuestros sentidos son como las ra铆ces de las plantas que se nutren de la afectividad vivificadora que nos vincula al terreno que pisamos. Un 谩rbol sin ra铆ces se seca de la misma forma que un individuo desapegado de su medio pierde el sentido de la realidad. Para evitar situaciones de autodestierro, el racionalismo dieciochesco desarroll贸 una valiosa hoja de ruta orientada a reconciliar al hombre con su entorno m谩s inmediato. Uno de los primeros autores que introdujeron el ideal del contacto con la naturaleza como instrumento pedag贸gico y formativo fue J.J. Rousseau (1712-1778) en libros tan inolvidables como la Nueva Elo铆sa y Emilio. En una l铆nea parecida sobresali贸 tambi茅n el suizo Jean Henri Pestalozzi (1746-1827), quien promovi贸 su c茅lebre m茅todo intuitivo en la ense帽anza de la geograf铆a. Pero la n贸mina de autores que hicieron intentos similares se har铆a interminable. En todos los casos se trataba de erigir un nuevo orden social divergente al establecido hasta entonces. Un nuevo orden basado en una diferente concepci贸n de las relaciones del individuo con sus semejantes, frente a la naturaleza y al mundo. Las ideas b谩sicas que trataban de infundir eran las de la bondad natural del ser humano, alejado de las instituciones, y del valor de las vivencias en la naturaleza para educar en las ideas de solidaridad, fraternidad y justicia. En el contacto con la realidad es d贸nde se concentra la ayuda a forjar la voluntad de las personas y a formarlas en unos valores que han de caracterizar a los componentes de esa nueva sociedad en construcci贸n.

 

Lejos de declinar, aquellas tendencias se refuerzan m谩s tarde con Reclus (1830-1905). Suya es la idea de que la misi贸n m谩s importante de quien se dedica a la geograf铆a es estudiar los paisajes que aparecen en la superficie terrestre, ver cu谩les son sus componentes principales, tanto naturales como humanos, y descubrir qu茅 relaciones se establecen entre ellos y c贸mo el resultado de esas relaciones hace del paisaje una unidad, un conjunto organizado. Eso es lo que cualquier ge贸grafo debe entender (y debe ayudar a entender a los dem谩s), y para lograrlo no basta (aunque tambi茅n) con leer buenos libros o consultar mapas significativos. Hay que acercarse a la naturaleza y al paisaje, conocerlos directamente, vivirlos, verlos y sentirlos al mismo tiempo. El ge贸grafo, para serlo de verdad, debe caminar y viajar y tiene, en suma, que establecer una relaci贸n directa, personal, con los paisajes que quiere estudiar3. Por esa raz贸n no exageraba Pau Vila (1881-1980) cuando dec铆a aquella boutade tan c茅lebre de que la geograf铆a es la 煤nica ciencia que se hace con los pies. Pero estas recomendaciones plet贸ricas de sabidur铆a eran (y siguen siendo) tambi茅n extensibles al resto de las ciencias y, en general, al conjunto de la sociedad.

 

 

Dice Emilio Lled贸 (2009)4 que 鈥los hombres tienden por naturaleza a mirar鈥. Desde que nacemos hasta que morimos, siempre estamos ejercitando la retina y desplazando nuestro cuerpo para ver mejor las cosas. Si esos movimientos corporales 鈥搎ue a la vez son funcionales鈥 los ejecutamos siguiendo ciertos requisitos (sensibilidad, cultura, parsimonia y proximidad) se puede llegar a entablar una especial empat铆a con el entorno natural y social que nos rodea y todo ello sin tener que realizar a cambio extenuantes sobreesfuerzos. Del mismo modo que no es lo mismo una opini贸n que una ocurrencia, mirar no es igual que ver. Por eso, quien empieza observando termina viendo. Y ver es la antesala de comprender y sentir. 鈥Sentir es amar y amar es actuar5. En consecuencia, hay que saber descubrir la lejan铆a necesaria para mirar, para entrever, incluso para tocar, o铆r y oler aquellas cosas que nos rodean. 鈥Ninguna descripci贸n, por bella que sea, puede ser verdad, pues ella no puede reproducir la vida del paisaje, la ca铆da del agua, el temblor de las hojas, el canto de los p谩jaros, el perfume de las flores, las formas cambiantes de las nubes; para conocer, es preciso ver6.

 

En la tradici贸n cl谩sica grecolatina lo primero fue la capacidad de asombro, la distancia, el no querer dar por hecho nada de lo que observ谩bamos, lo que origin贸 la filosof铆a, la curiosidad, el apego, la necesidad y la pasi贸n por comprender, entender y entendernos7. A ello hay que agregar el ejercicio del sentimiento y de la sensibilidad. Para conocer lo que la naturaleza y el paisaje son y significan, para entender sus caracter铆sticas y sus cualidades, hay que saber dialogar y sentir a un mismo tiempo; hay que saber ser, a la vez, inteligente y sensible. A los hombres, sobre todo a los que cuentan con mayor capacidad de asombro, les encanta maravillarse con las cosas materiales e inmateriales que les envuelven. Asombrarse es descubrir lo 鈥渙tro鈥 y el saber establecer ese adecuado trecho que nos permite entender. Esto 煤ltimo es para R.W. Emerson (1803-1882) lo que constituye la semilla de la ciencia. Amamos, pues, el conocimiento, el saber, pero sobre todo amamos la vida. Una vida que nos ofrece el don de gozar con los sentidos y la capacidad de sorpresa, amar la vida, la verdad, la luz, la sensibilidad de la mirada, la armon铆a y la belleza. A este respecto, no es casual que los antiguos denominasen belleza al florecimiento de la virtud. Para el poeta norteamericano Walt Whitman (1819-1892) toda visi贸n de la libertad y del individuo est谩 encuadrada en la naturaleza, a la que se refiere casi siempre mediante un original toque buc贸lico8.

 

 

No somos del todo conscientes de hasta qu茅 punto los seres humanos dependemos de la belleza como impagable impulsora de los procesos madurativos de las personas, como fuerza esencial en la adquisici贸n del necesario equilibrio emocional y como favorecedora de la educaci贸n de la sensibilidad. La belleza, tan compleja de definir pero tan necesaria e indispensable, es en s铆 misma un fen贸meno primario, b谩sico y esencial tanto como lo puede ser la comida que ingerimos o el aire que respiramos. Se atribuye al poeta Schiller (1759-1805) la sugerente expresi贸n de 鈥a la libertad se llega a trav茅s de la belleza鈥. Aunque parezca incre铆ble, es cierto que la belleza hace m谩s libres e independientes a las personas. Como tambi茅n es verdad que donde hay ausencia de belleza la existencia se hace m谩s s贸rdida e insoportable. La belleza es atractiva por su propia naturaleza, pero la no belleza tiende a visibilizarse especialmente cuando propicia espacios de marginaci贸n en donde se incrementa la violencia o donde se envilece la vida de numerosas personas.

 

En la b煤squeda como ideal, el paisaje y el medio natural configuran, afortunadamente para todos nosotros, un territorio todav铆a por descubrir (en el sentido de vivirlo y revivirlo). A poco que nos esforcemos, nuestro mundo distribuye en abundancia una belleza cuyos rasgos principales seducen todav铆a por su original armon铆a, perfecci贸n de sus tama帽os y formas, su amplia gama de colores, la luz vibrante y la acrisolada espiritualidad que desprenden sus componentes.

 

 

Desde los antiguos se ha venido repitiendo aquello de 鈥hermano, permanece fiel a la tierra, puesto que es el 煤nico patrimonio seguro con el que puedes contar tanto en la prosperidad como en la indeseada adversidad鈥. La tierra como 煤ltima esperanza, como tabla de salvaci贸n ante cualquier naufragio, ha sido hasta el romanticismo (e incluso despu茅s) una constante finisecular. Entre nuestros antepasados la fidelidad a la tierra era concebida como una llamada tel煤rica y ancestral para su custodia al tiempo que un recordatorio indeleble para una mejor garant铆a de la supervivencia de la especie humana. De ese v铆nculo entra帽able, que genera respeto y veneraci贸n, brot贸 incluso una especie de religi贸n natural y positiva de la vida que en ciertos episodios deriv贸 en una suerte de animismo (topolatr铆a), pero de la vida real de las personas en su relaci贸n cotidiana y afectiva con el espacio habitado. 鈥Toda relaci贸n con la tierra, el h谩bito de labrarla, de trabajar sus minas o simplemente de cazar en ella, engendra el sentimiento de patriotismo9. Y de ah铆 que el suelo patrio, tambi茅n conocido como cuna o pa铆s natal, contenga la expresi贸n m谩s simple y acabada de identidad normalizada con la que los naturales de una naci贸n manifiestan sus v铆nculos emocionales con el paisaje donde han nacido, trabajan y residen.

 

No le falta raz贸n al escritor leon茅s Julio Llamazares (2009)10 cuando dice que la palabra 鈥patria quiere decir etimol贸gicamente tierra de los padres, y del mismo modo que todos tenemos un idioma materno con el que aprendemos a nombrar el mundo, todos tenemos un paisaje en el que aprendimos a ver el mundo. A lo largo de la vida conocemos otros paisajes pero con ninguno te sentir谩s m谩s identificado como con ese paisaje materno鈥. No hay duda de que existe una ligadura at谩vica, profundamente topof铆lica, que une afectivamente a los hombres con la tierra que les vio nacer, y eso ha sucedido siempre y sucede en cualquier espacio, tanto en el medio rural como en el urbano.

 

 

Hay paisajes geogr谩ficos en que, por diversos motivos o por determinados v铆nculos afectivos, su sola contemplaci贸n nos asea el alma, nos renueva la mente y nos libera de la pesadumbre del existir diario, de la maldad, de la mezquindad y la miseria. Quien no ha olido emocionado las retamas de nuestras cumbres, ni ha visto un amanecer o un atardecer durante el solsticio de verano; quien no se ha dejado humedecer el vestido por la mares铆a11 desprendida por un golpe de mar contra el acantilado o dejado seducir por el graznido de un cuervo sobre los pinos, es que no ha comprendido a煤n el paisaje de nuestras islas. Para hacerse amigo del paisaje y amarlo hondamente se precisa frecuentarlo y percibirlo mediante la proximidad f铆sica tanto emocional como intelectualmente. No se ama lo desconocido y por eso conocer es querer12.

 

Durante miles de a帽os el medio rural constituy贸 una realidad socioecon贸mica homog茅nea. De ah铆 depend铆a la subsistencia de la poblaci贸n. Pero en las zonas rurales se viv铆a a grandes rasgos de la misma manera y en su seno apenas se produc铆an cambios sustanciales realmente rese帽ables. En el mundo occidental el medio urbano fue una excepci贸n hasta que durante el siglo XIX se produjo la Revoluci贸n Industrial, que introdujo un poderoso cambio cultural, verdaderamente trascendental, por medio del cual la cultura rural perdi贸 su tradicional hegemon铆a ante el dinamismo de una sociedad que promov铆a nuevos y pujantes valores. En adelante, el medio urbano va a concentrar el liderazgo pol铆tico y econ贸mico convirti茅ndose en el punto de referencia de todas las cosas. A partir de ese momento se empieza a romper la asociaci贸n hombre-naturaleza que con tanta fuerza se hab铆a mantenido hasta entonces. En nuestro caso, la ruptura se puede fechar all谩 por los a帽os setenta del pasado siglo, cuando las actividades terciarias centradas en el turismo internacional desplazaron a la agricultura, la ganader铆a y la pesca e implantaron un nuevo modelo econ贸mico apoyado en los servicios, el comercio y los transportes. Hemos terminado por crear una econom铆a artificial que no proviene de la producci贸n interna; en ella se consume lo que no se produce y se produce lo que no se consume. Es verdad que desde un punto de vista material hemos alcanzado las cotas m谩s altas a lo largo de nuestra historia de progreso social y econ贸mico. Pero ese elevado nivel de bienestar no ha impedido que tambi茅n nos hayamos entregado con frenes铆 y con inusitada rapidez a la deconstrucci贸n del medio rural tradicional y la 鈥渄eculturaci贸n鈥, entendida 茅sta como deshabituaci贸n de identidades. Los cultivos que con dificultad han logrado perdurar en algunas islas forman parte de una econom铆a que se extingue. La hegemon铆a urbana ha anulado el legendario binomio rural/urbano. Tanto que ya nos encontramos en Canarias con espacios enteramente postagrarios, evidenciados en numerosas comarcas insulares en donde la huella de quinientos a帽os de actividad agropecuaria ha sido completamente borrada.

 

 

Con seguridad, el r谩pido y desordenado abandono del medio rural ha sido en s铆 mismo la peor manera de dejar las cosas, porque ha puesto al descubierto que el campo es un espacio m谩s inmanejable ahora que no cuenta con campesinos. S贸lo en las 煤ltimas d茅cadas la agricultura ha dejado de ejercerse en m谩s de 100.000 hect谩reas. Pero en Canarias el 43 % de su superficie (unas 329.000 ha) est谩 sometida a intensos procesos erosivos que suponen p茅rdidas muy cuantiosas de suelo cultivable. M谩s de la mitad de Gran Canaria y Fuerteventura sufren los efectos devastadores de los agentes erosivos. La desruralizaci贸n galopante caracter铆stica de las sociedades postmodernas nos ha llevado a 鈥La funesta arrogancia humana de creer que el mundo fue creado para nuestro servicio y que podemos controlar las consecuencias de nuestros actos y de nuestras invenciones tecnol贸gicas13. De poco o nada han servido los llamamientos de los organismos internacionales (FAO, UNESCO, PNUD, etc.) a la asunci贸n de responsabilidades en materia de soberan铆a alimentaria, a la conservaci贸n del espacio rural innov谩ndolo ahora como espacio multifuncional; o los consejos que recomiendan la adopci贸n de buenas pr谩cticas agroambientales, especialmente los que animan a llevar a cabo proyectos de reforestaci贸n para evitar en lo posible el cambio clim谩tico y la nueva apuesta por la agricultura y ganader铆a mediante sistemas de aprovechamiento extensivos de car谩cter postproductivista.

 

Por otra parte, el mundo de la cultura canaria de todos los tiempos ha venido con enorme insistencia promoviendo una mirada al paisaje insular como se帽a de identidad propia y peculiar. Tanto que hasta se hab铆a conformado una de las constantes hist贸ricas de lo que acertadamente se ha descrito como 鈥microtradici贸n literaria insular鈥, extrapolable por supuesto a todas las esferas de la creaci贸n art铆stica. Es evidente que tampoco ha servido de mucho el discurso identitario 鈥損acientemente elaborado por los c铆rculos de creadores art铆sticos y docentes m谩s sensibilizados con nuestra tierra鈥 para interesar a los operadores econ贸micos y pol铆ticos acerca de las fortalezas que encierra el patrimonio paisaj铆stico insular como fuente promocional de la sensibilidad colectiva y como atractivo tur铆stico14.

 

 

A nuestro juicio, la clave explicativa no proviene de un escepticismo patol贸gico de la realidad hist贸rica producto psicol贸gico de una azarosa existencia social. Es verdad que nos est谩 costando entender que no somos hijos de la tecnolog铆a, sino de la naturaleza. Para las tres generaciones que coexisten actualmente en las islas, los cambios tan bruscos que se han experimentado en tan poco tiempo les han generado una fuerte perplejidad debido a la mutaci贸n de referentes propios. Desde un punto de vista pr谩ctico, la clave explicativa radica en que el desastre es uno de los negocios mejor acreditados de nuestra historia reciente. Si el suelo urbano y urbanizable ha estado por las nubes durante el segundo gran boom de la construcci贸n (1997-2007), el suelo r煤stico est谩 ahora mismo a niveles estratosf茅ricos en comparaci贸n con el resto de Espa帽a. Y no por casualidad, sino debido a que las compraventas de esa modalidad de suelo en Canarias en los 煤ltimos a帽os por los grandes beneficiarios del 煤ltimo desarrollismo han sido cuantiosas. Los despojos del pret茅rito para铆so de Cairasco de Figueroa, Antonio de Viana o Viera y Clavijo constituyen ahora un gran bot铆n (a futuro) en almoneda.

 

Nuestra generaci贸n est谩 abocada tristemente a registrar en su haber la incapacidad para conciliar desarrollo y bienestar con calidad ambiental y paisaj铆stica15. Conciliaci贸n que otros pueblos como Holanda, Suecia o Noruega han sido capaces de establecer en sus naciones16. En ese aspecto podemos decir que estamos en el camino, en el mal camino, de perder la sensibilidad, y por supuesto la inteligencia, al alejarnos cada vez m谩s de ese noble empe帽o adoptando medidas legislativas y otras decisiones a sabiendas de que van a tener una negativa repercusi贸n territorial porque dejan las manos libres a quienes menos importancia conceden al orden natural17.

 

 

Nos lo recuerda una vez m谩s Llamazares: en la medida en que el paisaje tradicional ha ido desapareciendo, 鈥la memoria se duele y se resiente, y de ese dolor de la memoria nace la melancol铆a鈥. A los isle帽os entrados en a帽os, que hoy somos mayor铆a y que fuimos educados en el contexto de una sufriente cultura rural, aquellos paisajes en donde vivimos durante los primeros a帽os tienen cabida s贸lo en la memoria. Es entonces cuando la nostalgia obra el milagro de reencontrarnos con el paisaje extinguido en alg煤n rinc贸n perdido de nuestros recuerdos.

 

Por consiguiente, ahora mismo el paisaje tradicional de la mayor铆a de los canarios se reduce a la memoria. En la mente de muchos isle帽os hay instalado algo parecido a una pantalla de cine sobre la que se proyectan las vivencias acontecidas en el pasado. Pero la memoria es un m煤sculo fr谩gil sobre todo cuando la edad y las emociones se desorientan o, todav铆a peor, cuando una y otra se cruzan en la calle y no se saludan. Y, adem谩s, la memoria en ocasiones es selectiva y, la mayor铆a de las veces, desvanece o enfatiza acontecimientos, y cuando no, tiende a embellecer y compensar con nuestros deseos actuales las precariedades y las miserias del pasado.

 

 

Si la infancia es el asidero m谩s f谩cil de evocar en la biograf铆a de toda persona adulta, resulta que la memoria de un amplio colectivo social est谩 vinculada estrechamente a paisajes ahora inexistentes pero que en 茅pocas anteriores se vivieron directamente y que ahora se han perdido para siempre. Incluso la primera generaci贸n del 茅xodo rural, que conoci贸 de segunda mano el paisaje tradicional a trav茅s del relato y los testimonios que les transmitieron sus padres, guarda tambi茅n, y a su manera, un recuerdo de aquellos escenarios ancestrales. La nostalgia de unas islas cubiertas de cultivos ha configurado un potente imaginario que proyecta un mapa virtual que poco tiene que ver con la realidad de hoy. Junto a ello existe otra parte de nuestra sociedad que se siente m谩s atra铆da por otros valores promovidos por la 鈥渃osm贸polis鈥 y la 鈥渢ecn贸polis鈥 como definici贸n de modernidad. Todas estas cuestiones ponen de manifiesto la actual diversidad de mentalidades y el peso que cada una puede tener en la construcci贸n de un destino com煤n mediante la redefinici贸n de un solo pueblo canario dotado de m煤ltiples y variadas identidades.

 

El veterano artista venezolano Carlos Cruz-Diez (Caracas, 1923) defin铆a hace poco de forma muy peculiar el concepto de toponegligencia, que invade al hombre contempor谩neo, desubicado en una suerte de cosmopolitismo posthumanista, afirmando que 鈥vivimos en un mundo hipersaturado, hiperbarroco, en el que todo est谩 coloreado, en el que no hay vac铆o ni silencio, y en el que lo m谩s sutil se nos escapa; una sociedad de ciegos auditivos y sordos visuales鈥. Aunque en lo esencial ese diagn贸stico no deja de ser altamente preocupante en todos los sentidos, no nos dejemos abatir por la adversidad. No hay infortunio que, por desalentador que sea, no deje alg煤n resquicio abierto a la esperanza. Por ello compartimos profundamente el optimismo ingenuo al que amablemente nos invita J. Austen cuando susurra aquello de 鈥Con qu茅 facilidad encontramos motivos para justificar lo que nos gusta鈥. S茅 bien que existen miles de poderosos argumentos, algunos muy solventes desde el punto de vista cient铆fico y econ贸mico, para reclamar un mejor trato pol铆tico, econ贸mico y social en defensa de la conservaci贸n de nuestro patrimonio natural y de los paisajes rurales canarios. En el presente trabajo me centrar茅 en unos pocos, la mayor铆a inspirados en mi admirado E. Reclus, porque son, a su vez y seg煤n mi criterio, los que mejor encajan con la concepci贸n de una sociedad civil laica, organizada y movilizada. Una sociedad que ha avanzado mucho en sus conquistas materiales pero que todav铆a sigue en gran medida a la intemperie y, en aspectos fundamentales como el que tratamos en este trabajo, desempoderada para construir un modelo de desarrollo cultural m谩s ambicioso.

 

 

1.- En su concepci贸n cl谩sica la Tierra se expresa siempre mediante un orden natural. En ese orden natural las personas en contacto con la naturaleza aprenden de ella principios cient铆ficos tan b谩sicos como la causalidad, relacionalidad, distribuci贸n l贸gica de los fen贸menos, interacci贸n, formas, vol煤menes, trascendencia, origen y evoluci贸n, dependencia e interdependencia, reglas y excepciones, etc. Por lo tanto, la naturaleza y el paisaje constituyen un aula abierta permanentemente que educa la inteligencia de las personas.

 

2.- El contacto directo ayuda a captar y comprender el gran valor de la naturaleza y del paisaje, la importancia que tienen en s铆 mismos y para las personas. De ah铆 la necesidad de respetarlos y protegerlos, y de que mantengamos siempre con ellos una relaci贸n equilibrada y arm贸nica que evite su deterioro, su banalizaci贸n o su destrucci贸n.

 

 

3.- El paisaje es la expresi贸n m谩s acabada del 鈥渙rden moral鈥 de las cosas. El medio natural fortalece la moral de las personas. 脡ste se aprende directamente de la naturaleza y del paisaje. Una 茅tica as铆 aprendida e interiorizada nos puede ayudar a ser mejores ciudadanos y personas m谩s libres y felices.

 

4.- El contacto con la naturaleza favorece el despojarnos de convencionalismos y prejuicios sociales. Gozar de la vida libre y alegre de la naturaleza refuerza el sentimiento de libertad. La naturaleza nos ense帽a el valor de la verdadera libertad.

 

 

5.- Descubrir el inter茅s de la naturaleza y el paisaje no s贸lo aviva la conciencia de su aut茅ntico valor, sino que con ello se aprende a apreciar, respetar, conservar y regenerar el medio. Todo ciudadano consciente tendr铆a que estar capacitado para mejorar la realidad, destacando sus aciertos y ocultando sus torpezas.

 

6.- El excursionismo en sus distintas modalidades en el medio natural fortalece el f铆sico y la salud de las personas. As铆 se templa el car谩cter para enfrentarnos con madurez y valent铆a a los problemas cotidianos al tiempo que se promueven h谩bitos saludables que agrandan nuestra resistencia a la adversidad.

 

 

7.- El contacto frecuente con la naturaleza y el paisaje despierta y desarrolla nuestra sensibilidad hacia las cosas bellas. El saber apreciar las cosas hermosas es una destreza que se adquiere con la pr谩ctica y contribuye a mejorar sustancialmente la calidad de las personas.

 

8.- En la Declaraci贸n Universal de los Derechos Humanos deber铆a incluirse el derecho de todas las personas a la belleza y a disponer de paisajes y entornos gratos y saludables.

 

9.- Una buena educaci贸n tiene necesariamente que desarrollar la inteligencia ecol贸gica, que no es otra cosa que la capacidad de vivir tratando de da帽ar lo menos posible a la naturaleza.

 

10.- La inteligencia ecol贸gica se nutre comprendiendo qu茅 consecuencias tienen sobre el medio ambiente las decisiones que tomamos habitualmente as铆 como el intento, en la medida de lo posible, de escoger aquellas determinaciones que sean m谩s beneficiosas para la salud de la Tierra. Porque cuanto m谩s contribuimos a su bienestar, m谩s invertimos en el nuestro.

 

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Notas

1 Compositor uruguayo (1925-1996) y autor de Poemas y canciones orientales (1962).

2 Lenoble, Robert. Histoire de l鈥檌d茅e de nature. Paris: Michel Albin, 1969.

3 Ortega Cantero, Nicol谩s. 鈥淧r贸logo鈥. En: E. Reclus. El arroyo. Valencia: Media Vaca, 2001.

4 Lled贸, Emilio. 鈥淟o bello es dif铆cil鈥. El Pa铆s Semanal (18 de enero de 2009).

5 脷ltimo pensamiento de V铆ctor Hugo tres d铆as antes de fallecer en 1885. Manuscrito expuesto en la Casa Literaria de V铆ctor Hugo en Bi猫vre (Paris).

6 Reclus, Eliseo. El arroyo. Pr贸logo de Nicol谩s Ortega Cantero. Valencia: Media Vaca, 2001.

7 Santana Henr铆quez, Germ谩n. La tradici贸n cl谩sica en la literatura espa帽ola e hispanoamericana (siglos XVIII-XX). Madrid: Ediciones Cl谩sicas, 2009, p. 241.

8 Mart铆, Jos茅. 鈥淲alt Whitman: cr贸nicas y ensayos鈥. El Partido Liberal (19 de abril de 1887); Tollinchi, Esteban. Los trabajos de la belleza modernista 1848-1945. San Juan: Universidad de Puerto Rico, 2004.

9 Ya en el siglo XIX, R.W. Emerson, en su libro Naturaleza, propone una formulaci贸n te贸rica sobre la escenograf铆a de lo natural. Se trata de una visi贸n de la naturaleza positiva, racional en tanto que ha sido creada para cooperar con el esp铆ritu en el camino de la emancipaci贸n de la humanidad.

10 Cruz, Juan. 鈥淟a memoria de la nieve鈥. El Pa铆s (18 de abril de 2009), p. 14. Es interesante lo que en esa entrevista afirma J. Llamazares: 鈥Los grandes escritores han contado mejor lo que ten铆an m谩s cerca鈥; 鈥Los novelistas rusos del S. XIX dec铆an: Dame una teja de tu pueblo y te contar茅 c贸mo es el mundo鈥, idea que se relaciona a su vez con la expresi贸n que se le atribuye al escritor mexicano Carlos Fuentes de No hay globalidad que valga sin localidad que sirva鈥.

11 Es la sensaci贸n de humedad, olor a algas y mar que se percibe de forma especial en los esteros con marea baja.

12 Qui茅n contiene a la diversidad y es la Naturaleza
qui茅n es la amplitud de la tierra y la rudeza y sexualidad de la tierra
y la gran caridad de la tierra, y tambi茅n el equilibrio
qui茅n no ha dirigido en vano su mirada por las ventanas de los ojos
o cuyo cerebro no ha dado en vano audiencia a sus mensajeros
qui茅n contiene a los creyentes y a los incr茅dulos
qui茅n es el amante m谩s majestuoso
qui茅n, hombre o mujer, posee debidamente su trinidad de realismo
de espiritualidad y de lo est茅tico o intelectual
qui茅n despu茅s de haber considerado su cuerpo
encuentra que todos sus 贸rganos y sus partes son buenos
qui茅n, hombre o mujer, con la teor铆a de la tierra y de su cuerpo
comprende por sutiles analog铆as todas las otras teor铆as
la teor铆a de una ciudad, de un poema
y de la vasta pol铆tica de los Estados
qui茅n cree no s贸lo en nuestro globo con su sol y su luna
sino en los otros globos con sus soles y sus lunas
qui茅n hombre o mujer, al construir su casa
no para un d铆a sino para la eternidad
ve a las razas, 茅pocas, efem茅rides, generaciones.
El pasado, el futuro, morar all铆, como el espacio
indisolublemente juntos.
        鈥淐osmos鈥, de W. Whitman.

13 Mu帽oz Molina, Antonio. 鈥淓l descr茅dito de la profec铆a鈥. El Pa铆s (2 de mayo de 2009).

14 Esta visi贸n, tildada indecentemente de nost谩lgica, ha sido tambi茅n objeto de rechazo como posicionamiento antimoderno por determinados sectores intelectuales.

15Nuestra percepci贸n como seres humanos no est谩 dise帽ada para procesar la destrucci贸n del planeta, lo que dificulta la movilizaci贸n para el cambio. En general seguimos sin saber el verdadero impacto ecol贸gico de los productos que consumimos. Debido a esta ignorancia y la inconsciencia de no querer aprender, la mayor铆a somos v铆ctimas y verdugos de la paulatina degradaci贸n del medio ambiente鈥. Goleman, Daniel. 鈥淟a revoluci贸n est谩 en manos del consumidor鈥. El Pa铆s (31 de mayo de 2009).

16 Hay pa铆ses, como Holanda, con un nivel de precocidad envidiable. P茅rez Gald贸s, despu茅s de una visita a los Pa铆ses Bajos, escribi贸 el 20 de octubre de 1887 que: 鈥El holand茅s dice: 鈥楧ios hizo el mar, y nosotros, las costas鈥. En ninguna otra parte del mundo se ve al hombre construyendo con tan admirable perseverancia el suelo que pisa. Bien puede decirse all铆 que es obra suya el sitio en que ponen el pie cuando andan, y el terreno que cultivan. La agricultura, lo mismo que las poblaciones, los 谩rboles y las casas existen sobre un suelo artificial. Una de las particularidades m谩s famosas de Holanda es el aseo de las poblaciones y de las casas. Sin duda, el aspecto de pulcritud y frescura que presentan aqu铆 las ciudades lo mismo que las aldeas es debido en parte al esmero y cultura de los habitantes鈥. Shoemaker, William H. Las cartas desconocidas de Gald贸s en 鈥淟a prensa鈥 de Buenos Aires. Madrid: Ediciones de Cultura Hisp谩nica, 1973, p. 253.

17 La planificaci贸n previsora ha estado ausente en este proceso. 驴C贸mo se puede defender el principio de la autorregulaci贸n del mercado libre cuando en 2007 exist铆an en Canarias 138.892 viviendas vac铆as (una de cada siete); en 2008 hab铆a 24.000 viviendas sin vender (La Provincia, 30 de noviembre de 2008) y en 2009 su n煤mero se aproximaba a las 40.000 unidades residenciales que no encontraban comprador?

 

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