Francisco Rojas Fariña: la mirada sincera

Gemma R. Medina Estupiñán

Fotos: Francisco Rojas Fariña

 

La mirada de Francisco Rojas Fariña (1926-2007) ha marcado la imagen de Canarias mas allá de lo que los propios canarios podemos imaginar. Su instinto creador, combinado con su capacidad de observación, generó iconos que aún perduran en el imaginario de las islas. Su mirada a los paisajes canarios ha dejado una huella profunda dentro de la iconografía paisajística del archipiélago. Rojas Fariña nunca ha sido reconocido como uno los autores de la representación gráfica turística de Canarias; tampoco como una de las miradas que resguardaron parte de los paisajes isleños de finales de los años 50 y de la década de los 60 para las generaciones venideras. Sin sus imágenes, el recuerdo de este periodo quizá permanecería oculto, tan sólo posible para aquéllos que lo experimentaron personalmente. De ahí el valor etnográfico que contienen estas imágenes. Con ellas recuperamos muchos rincones de Canarias, sus fiestas y sus protagonistas. Desde las cebolleras de Lanzarote hasta los pescadores de Agaete. En estas fotografías encontramos una fuente de patrimonio único, que completa como testimonio y como testigo la historia de Canarias.

 



 

Ya en los primeros coqueteos de Rojas con el mundo de la fotografía apareció su interés innegable por recoger imágenes del paisaje que lo circundaba. Rojas quiso conservar retratos de los viajes que realizó con su esposa, Luisa Hernández (Chichi), y por ello, recién casado, compró su primera cámara fotográfica en un barco que los llevaba a Tenerife.

 

Fue una de esas casualidades afortunadas que la vida ofrece en ocasiones. Rojas comenzó a sacar fotografías para el recuerdo y desde el primer momento confesó que esta actividad no le desagradaba en absoluto. Al contrario, rápidamente comprendió que ésta podría ser una afición fructífera. Aún se conservan estas primeras fotografías que muestran la capacidad incipiente de un artista. Hombre inquieto, que siempre estuvo buscando nuevos límites, experiencias provocadoras a las que enfrentarse y con las que experimentar, Rojas practicó a lo largo de su juventud toda una serie de actividades deportivas paralelas a su ámbito profesional. Pero ninguna de estas actividades era compartida con su esposa, Luisa Hernández. Por eso, cuando descubrió la fotografía, la convirtió primero en su principal afición, y, posteriormente, en su profesión. Con la fotografía podía compartir una actividad que le apasionaba con su familia, fusionando de forma definitiva la práctica profesional y artística con su vida privada. A esta fusión le debemos el hecho de contar con un archivo fotográfico de aproximadamente 10.000 negativos.

 

 

Así que, ya a principios de los 60, Rojas abandonó un puesto de trabajo estable y bien remunerado como era la representación de Nestlé en Canarias, para dedicarse profesionalmente a la fotografía.

 

Desde ese momento, las imágenes no se escaparon a su objetivo y Luisa Hernández se transformó en la principal gestora de este fondo documental que engloba todo su universo. Las imágenes se acumularon en este archivo, que se caracteriza por su calidad global y en el que, a grandes rasgos, podríamos diferenciar entre imágenes de arquitectura, paisaje y etnografía, retratos de personajes relevantes de la sociedad y la cultura de este periodo, imágenes de familia y lo que hemos denominado como experimentación.

 

 

En este artículo vamos a deambular entre algunas de las imágenes que se integran en el grupo de paisaje y etnografía que Rojas realizó a lo largo de su carrera, pero principalmente en las décadas de los años 60 y 70, ya que en un recorrido como éste sería inabarcable el vasto número de imágenes que conforman este ámbito en su archivo.

 

 

Desde la extensa producción fotográfica de Rojas dedicada al tema paisajístico, se pueden diferenciar varios escenarios o temáticas que a lo largo de su trayectoria desarrolló a su manera: desgranando pequeñas historias. Son momentos que Rojas seleccionó para ser transportados en el tiempo, para que perdurasen congelados para siempre.

 

Uno de estos temas fue el del ámbito rural. Rojas se sintió fascinado por los oficios tradicionales y en especial por el trabajo de la tierra. En sus imágenes se recuperan los usos y las costumbres de aquella época. En ellas se observan no sólo los hábitos y los sistemas de cultivo, sino también las indumentarias que durante el periodo utilizaron los campesinos de Canarias, algunos de ellos tan característicos como los usados en Lanzarote y La Graciosa.

 

 

Se trata de imágenes que plasman con solemnidad la labor de las mujeres y de los hombres del campo. Encuadres que observan con respeto el ejercicio diario de esta profesión desarrollada desde antaño. Con ellas, el fotógrafo se acercó a las personas sin estorbar en sus quehaceres, casi como un testigo mudo de lo que allí sucedía. Las mujeres que siembran cebollinos en la Era de Uga, en Yaiza, parecen no notar su presencia aunque debieron de percatarse, pues Rojas realizó una serie entera aprovechando este momento casi mágico. En sus imágenes, el fotógrafo mostró un uso maestro de luces y sombras, contraste entre los colores vistos desde el blanco y negro, líneas en la tierra y en el cielo. Rojas no desperdició ninguna posibilidad de añadir simetría y perfección a sus imágenes, pero sin introducir ningún elemento, tan sólo observando atentamente el entorno que rodeaba a cada enfoque.

 

 

Rojas afirmaba que no le gustaba generar espacios artificiales, escenarios para producir efectos en la fotografía. Siempre restándose importancia como artista, se describía a sí mismo como el profesional paciente que disfrutaba buscando el instante mágico para captarlo con su cámara. Casi como el turista que pasa por ahí y capta una imagen idílica. Pero como el mismo fotógrafo afirmaba, consciente de su calidad profesional pero siempre desde la humildad, ese turista sólo lograría una foto genial, y un buen fotógrafo debería lograr una serie completa1.

 

 

Esta afirmación quedó ejemplificada con una serie realizada sobre la Era, junto al molino de Uga en Lanzarote, que resultó perfecta. Las cebolleras marcan un hito: su silencio, su cotidianidad, son el reflejo de una realidad única, absolutamente vernácula, que forma parte de la idiosincrasia de esta isla y de la historia de Canarias en los años 60. Con las primeras imágenes vemos a cuatro mujeres. Mientras tres se dedican a la siembra, la cuarta sostiene los cebollinos que serán plantados. En otra imagen de la serie aparece una quinta mujer que camina en línea recta tras las que se encuentran trabajando y se dirige hacia la que sostiene los cebollinos. Esta figura, que aparece de perfil, nos ofrece una nueva perspectiva sobre la indumentaria de estas trabajadoras del campo, que utilizan el tradicional sombrero de trabajo de ala ancha hecho de paja (la sombrera, como se denomina en su versión femenina). Pero además, para protegerse igualmente del sol, vestían un delantal colocado a su espalda para cubrirse las piernas al inclinarse en la siembra. Todos estos detalles son observables en estas fotografías. Rojas rescató este momento, pero también miró a su alrededor y descubrió que allí, al otro lado de la era, los dromedarios eran utilizados para arar la tierra. Otra imagen nos muestra a otras cebolleras cortando los tallos, rodeadas de cebollas blancas que parecen un manto a su alrededor. Es una imagen casi bucólica rescatada en una actividad agrícola. Una mirada cargada de belleza dirigida hacia estos quehaceres tradicionales que impregnan la cultura de las islas.

 



 

Al igual que otros fotógrafos de este periodo, como Ricard Terré, Ramón Masats y Xavier Miserachs, quienes ya han sido reconocidos como parte de la vanguardia2, Rojas se desmarcó de las líneas tradicionales de la fotografía documental realizada en aquel periodo, un estilo de fotografía que remarcaba exclusivamente momentos relevantes, escenas impregnadas de dramatismo y carga heroica. Rojas renunció a ese tipo de representación para acercarse a la realidad por sí misma y expresar la belleza que ésta transmitía. El fotógrafo buscó la imagen global que recoge tanto las virtudes como los defectos de cada espacio, de cada situación, de cada personaje. Estas imágenes no sólo son bellas en su esencia, sino que además, por su capacidad expresiva, nos transportan, como si de una máquina del tiempo se tratase, a lo que eran escenas habituales en la vida de los canarios hace cuarenta años.

 

Esto ocurre con las imágenes que nos remiten a otras actividades relacionadas con el campo, como la imagen de la joven pinochera de Tamadaba. Esta muchacha, que aparece acompañada por su perro que la vigila y resguarda, porta con sus manos un fajo de pinocha con la naturalidad del que ejercita el gesto a diario. Rojas exalta la figura de la muchacha, iluminando su rostro entre la vegetación a la vez que permite que las sombras caigan sobre gran parte de la imagen, rescatando, por supuesto, la figura del perro, que aparece completamente iluminado, sentado, esperando la siguiente orden de su dueña.

 

 

De igual forma, el pastor que espera complacido a que su rebaño se sacie con las hierbas crecidas en una pequeña colina situada junto al área de cultivo. Sabio, despreocupado, se apoya en su bastón mientras observa curioso los movimientos de sus ovejas. Rojas articula esta imagen de forma casi matemática, situado en lo alto de la colinita donde pastan las ovejas. El fotógrafo distribuyó la imagen en dos ámbitos: un primer plano con las ovejas y las cañas que las rodean; un segundo plano, en la parte superior de la imagen, que muestra el campo de cultivo, con los surcos del arado y el pastor. Es una composición serena de líneas radiales, encontradas, que contrastan con las diagonales marcadas en el terreno.

 

 

Con su cámara, Rojas captó también imágenes sobre otros oficios. Entre ellos podemos destacar la imagen del zapatero en su taller, inmerso en su trabajo, con su mesa llena de zapatos y herramientas. O el trabajo del basurero municipal, una imagen que Rojas tomó desde su casa en la calle Montevideo de Las Palmas. Con ella reflejó la labor diaria realizada por este profesional y, a su vez, nos cedió a todos la posibilidad de conocer cómo se desarrollaba su trabajo. El basurero vertía el contenido de una cesta en una carreta tirada por dos burros. La escena la vemos desde arriba, con lo que la instantánea tomada por Rojas nuevamente se ejecuto desde el respeto por el trabajo realizado, sin generar interrupciones ni falsas actitudes provocadas por la presencia de la cámara.

 

 

Agaete fue un lugar privilegiado por ser protagonista continuo de la visión y de la experimentación constante de este artista. Allí tenía una casa el fotógrafo, que fue punto de encuentro y refugio de su grupo de amigos, la vanguardia artística de la época. César Manrique, Manolo Millares, Pepe Dámaso y Martín Chirino, entre otros, disfrutaron de los paisajes de Agaete y fueron fotografiados en múltiples ocasiones por las lentes de Rojas. Éste recopiló sus semblantes como artistas y como amigos, a veces a modo de retrato individual y otras en grupo, como un manifiesto generacional: son escenas cargadas de simbolismo que nos acercan de una forma especial a la vanguardia artística de esta época.

 

 

En su archivo abundan las imágenes de paisajes de Agaete y sus pescadores. Rojas captó la magia que transmite este oficio duro y peligroso, pero cargado de poesía. El fotógrafo buscó plasmar la dialéctica del hombre y el mar, llegando en ocasiones a meterse en él, como ya lo había hecho muchas veces anteriormente durante sus horas de submarinismo. Pero en estas ocasiones lo hizo con la cámara, para alcanzar una imagen perfecta. Como la visión única del pescador sobre la barca, sobre el mar, frente a las montañas. El resultado es consecuencia directa de su dominio técnico y su capacidad artística. La cámara de Rojas permaneció a ras del agua, con lo que la perspectiva se tornó majestuosa, como si de un gran angular se tratara.

 

 

El fotógrafo también captó otras escenas relacionadas con el ámbito de la pesca. Tales como los momentos de la espera, de mujeres con pieles curtidas por la sal, vestidas de negro, esperando la llegada de los pescadores, con la angustia en sus rostros. Imágenes tras la llegada y el reparto del pescado, con la pesca ya descargada en tierra, que quedaba atrás, mientras los pescadores regresaban a las barcas para sacarlas de la mar. O de la selección del pescado, cuando una mujer se acercaba a la playa en busca de una pieza fresca para la cena mientras un niño que sólo veía pasar el tiempo la observaba. La pesca ofreció muchos momentos mágicos al fotógrafo, que se complació en capturarlos, brindándonos ahora, cinco décadas después, la posibilidad de disfrutar con rituales y costumbres quizá ya apagados por el tiempo.

 

 

Esta forma de captar la realidad en sus imágenes fue en múltiples ocasiones premiada, siendo el ámbito de los concursos el que le proporcionó el mayor y continuo reconocimiento a la calidad de su obra. Desde aquel 4º Premio en el Salón Regional de Fotografía del Mar en 1960, pasando entre otros por el Primer Premio del Concurso Mundial de las firmas BMW y Zeiss Gran Angular en 1971, hasta el Premio de Canarias en el certamen nacional Un Día en la Vida de España de 1987.

 

 

Dentro de este fantástico fondo patrimonial encontramos también imágenes de las fiestas que se celebraban en las islas. La Rama de Agaete, por supuesto, ocupa un lugar destacado dentro de ellas. En estas fotos encontramos la semilla de una fiesta que no ha perdido su esencia con el paso de los años. Las imágenes de Rojas nos muestran a los cabezones, que ya por aquellos años formaban parte principal de la fiesta. Y como no podía faltar, Rojas ofrece una serie de imágenes tomadas a los músicos de la Banda de Agaete, la protagonista sin lugar a dudas de esta celebración. El fotógrafo plasmó la algarabía alrededor de los músicos y el sentimiento de felicidad que éstos sentían por formar parte de la fiesta: el bombo, la trompeta y el tambor, entre otros, orgullosos de tocar su música para los aldeanos. Vemos hombres, mujeres, niños, bailando y disfrutando de la Bajada de la Rama mientras otros, tal y como ocurre hoy en día, miran desde los balcones y las azoteas.

 

Otra festividad retratada fue la celebración del Corpus en la capital grancanaria. Las alfombras de flores que cubren la plaza de Santa Ana y sus aledaños. En estas imágenes se observa la preparación y el resultado de estas obras de arte efímero que conforman una de las más espectaculares tradiciones del archipiélago. Niños y adultos colocan los pétalos y los viandantes los observan, curiosos y fascinados con sus quehaceres. El resultado: un hermoso tapiz natural que cubre toda la superficie de la plaza, enmarcado por la mirada de Rojas.

 

 

Las gentes, los pueblos, el movimiento o la calma diaria de muchos rincones de Canarias fueron otros de los temas apreciados por este fotógrafo. Se podría decir que el artista disfrutaba llevándose con su cámara pedacitos de calma, de la tranquilidad que se respiraba en estos lugares. En muchas de sus imágenes se muestra el trasiego de un pueblito como Fataga o un camino por el que se cruzan los campesinos llevando sus burros cargados con la cosecha hacia la casa. O, simplemente, la instantánea de unos lugareños sentados, reposando al caer la tarde, en su lugar habitual de conversación. En estas fotografías Rojas destacaba tanto los personajes como los objetos. A través de estas series podemos acercarnos a la realidad cotidiana que se desarrollaba en Canarias durante los años 60. Nuevamente encontramos que la calidad artística no resta nada al gran valor documental de estas imágenes. Siguiendo su estilo, la mayoría de estas fotografías fueron tomadas en silencio, sin alertar a los protagonistas de que una foto iba a transportarlos en el tiempo. Debido a ello, las escenas son naturales, sin artificio, y ofrecen al espectador la posibilidad de sentirse presente cuando se captó la estampa.

 

 

Rojas disfrutó fotografiando a personajes populares. De la misma forma que retrató a muchos personajes relevantes de la cultura y las artes de aquel momento, decidió inmortalizar a algunas gentes de pueblos y aldeas que quedaron grabadas en sus negativos. Son retratos interesantes. No en vano, en la mayoría de las ocasiones Rojas ni siquiera los conocía con antelación. Frente a la tradición fotográfica de retratos de ámbito rural en España desarrollada desde los años 30, Rojas optó por la sinceridad. En la tendencia clásica encabezada por Ortiz Echagüe se seleccionaba a los personajes, se planificaban las escenografías e incluso las vestimentas de los protagonistas de cada imagen. Rojas nunca intervino de una forma tan directa. En ese sentido, su mirada estaba más relacionada con la que en ese preciso momento desarrollaba Oriol Maspons, que buscaba el “momento oportuno visto con inteligencia fotográfica3. Al igual que Maspons, Rojas influyó en escasas ocasiones, intentando captar la realidad por sí misma. Son imágenes en las que Rojas capturó la mirada o las actitudes de sus retratados. Son muy hermosas por ejemplo las instantáneas en las que aparecen niños jugando, o charlando, sin apenas intuir que su imagen se convertirá en el símbolo de una época. A la orilla del mar, en las calles del pueblo o jugando junto al barranco, los niños siguen siendo niños, disfrutando del momento sin pensar en nada más, así, tal cual los captó Rojas.

 

Algunos son retratos más cercanos, como el que nos ofrece un primer plano de un pescador, ataviado con un gorro deshilachado por el tiempo y la mar, que, sentado junto a las nasas, fuma en pipa. Este personaje gira la cabeza hacia el fotógrafo al sentirse retratado, con lo que descubrimos su mirada directa e interrogativa.

 

Otros retratos reflejan la esencia de los personajes, como la serie que Rojas realiza sobre la anciana de los gatos. En estas imágenes suele aparecer sentada junto a su puerta, rodeada de gatos y alguna cabra. Observando cómo transcurre su existencia, con la cara curtida por el paso de los años pero con una expresión aún activa.

 

 

Por supuesto, dentro de su galería de personas también encontramos los personajes clásicos de este periodo, como puede ser un sacerdote o un guardia civil. En estos casos, Rojas se recreó en el marco espacial, generando simetrías que establecieron juegos visuales cargados de simbolismo, como si de un juego de palabras se tratase.

 

 

La mirada de Francisco Rojas también acarició el paisaje de las islas por sí mismo, sin necesidad de encontrar personajes que llenaran su encuadre. Este artista absorbió la belleza paisajística de las islas y la rescató con su cámara.

 

Desde las montañas de Lanzarote y la exuberancia de la vegetación de La Palma, hasta los rincones del centro de Gran Canaria, las sabinas de El Hierro, los molinos de Fuerteventura y las costas del sur de Tenerife, Rojas disfrutó de la naturaleza en su máxima expresión y resguardó lo mágico que hay en ella. Esta intensa mirada de contemplación hacia lo grandioso del paisaje canario le permitió además escribir varias páginas dentro de la historia del desarrollo turístico y promocional del archipiélago, ya que estas imágenes ilustraron algunas de las mejores guías turísticas de la época.

 

 

Los paisajes de Rojas transmiten la fuerza y la intensidad con la que fueron percibidos, hablándonos no sólo del espacio físico que reflejaron, sino también de la personalidad del que se situó al otro lado de la cámara. Este fotógrafo no temió acercarse al objeto retratado, señalando a veces con su encuadre un espacio limitado del conjunto. Al contrario, el uso de este efecto le proporcionó algunas de sus mejores imágenes. La naturaleza descontextualizada se vuelve misteriosa y atractiva. Las dunas de Maspalomas, captadas con una cercanía que no permitía percibir el mar, se transformaron en un ente vivo. Son luces y sombras. Formas y dibujos generados por las líneas en el espacio de penumbra. Es la belleza de la naturaleza mostrada desde una perspectiva fascinante. A través de su visor se enmarcaron el Roque Nublo y el Teide. Desde esta mirada percibimos la admiración del fotógrafo por la naturaleza y su capacidad de fascinarse con los fenómenos que ésta produce. Gracias a esta fascinación que se transfiere a las imágenes, los paisajes de Canarias reflejados en estas fotografías impresionaron a todo aquél que los observó. Por eso, Rojas fue contratado en diversas ocasiones para realizar reportajes fotográficos sobre distintos lugares del archipiélago con finalidad promocional dentro y fuera de España. Lanzarote, La Palma y Gran Canaria fueron contempladas desde Canadá, Estados Unidos y diferentes zonas de la España peninsular a través de sus presentaciones de diapositivas con música y texto.

 

A lo largo de su carrera su prestigio como fotógrafo fue en aumento. Durante las décadas de los 60 y 70, Rojas fue el mejor fotógrafo de arquitectura de Canarias. Su obra es tan extensa que ofrece una amplia visión de la arquitectura moderna construida en ese periodo. Esta calidad como fotógrafo le hizo merecedor de toda una serie de encargos institucionales y privados que lo convirtieron, desde finales de la década de los 70 y hasta prácticamente sus últimos años, en el fotógrafo oficial del ámbito cultural de Gran Canaria. Se alejó de la arquitectura pero permaneció retratando la cultura: exposiciones, catálogos, actos oficiales, concursos, eventos culturales. Rojas Fariña fue un testigo sincero que nos ha dejado todo su legado: cinco décadas de cultura en Canarias ilustradas con sus fotografías.

 

 

Además, Rojas se recreaba con la experimentación. Eso fue una constante en toda su trayectoria. Lo hacía con esa mezcla de técnica-ciencia y arte-creatividad que caracterizó su trabajo y que se reflejaba en su personalidad. Rojas experimentó con los encuadres, las técnicas, el uso del color y con elementos ajenos a la fotografía para generar efectos espectaculares. Ya en los últimos años, este espíritu innovador y de búsqueda continua lo acercó a la tecnología digital, un ámbito que consideraba inmenso y lleno de posibilidades creativas. Estas imágenes dejan una estela incomparable de modernidad que traspasa las barreras del tiempo. Son imágenes que permanecen y permanecerán como iconos pop, como reflejos de su época y de su personalidad, como ejemplos de lo moderno.

 

 

Por último, hay que mencionar las imágenes que Rojas captó sobre la zona sur de la isla de Gran Canaria antes de que fuese invadida por el turismo. Con motivo del Concurso Internacional de Ideas Maspalomas Costa Canaria, convocado en 1961 por Alejandro del Castillo, Rojas realizó un reportaje completo sobre el área que se utilizó para ilustrar las bases de dicho concurso. Irrepetible es la imagen del camellero que camina con su dromedario por las dunas de Maspalomas. Estas imágenes, algunas de las cuales aún son utilizadas como modelo de iconografía turística, viajaron por todo el mundo y escribieron parte de la historia promocional de Gran Canaria. De hecho, al concurso se presentaron arquitectos de 24 países. Pero éstas no fueron las únicas imágenes realizadas y utilizadas con carácter turístico. A ellas se suman muchas otras, como las vistas del Puerto de la Cruz, La Orotava, Santa Cruz, el Roque de Bonanza, el Roque de Agando, La Geria, Puerto del Carmen y Arrecife, entre otras, que fueron incluidas como material promocional en revistas turísticas especializadas como Costa canaria. Todas mostrando la exuberancia de la naturaleza isleña.

 

 

Es innegable que el ámbito paisajístico forma una parte importante de la obra de Rojas y son pocos los que han reconocido su mérito. Su valor se incrementa al haberse convertido en un modelo a seguir dentro de la fotografía turística de las islas. Estas escenas aparecen cargadas de poética, de su especial manera de mirar hacia los espacios naturales con la admiración del que aprecia la belleza salvaje de los paisajes, remarcando su excepcionalidad: mostrando un auténtico paraíso natural. Playas desiertas aún sin edificar, extensiones de cultivos junto al mar, barrancos frondosos, imágenes de un archipiélago tal y como era hace 50 años. Escenas de un entorno casi insólito para las nuevas generaciones. Un archipiélago que muchos no conocimos y que permanece vivo gracias a estas imágenes.

 

 

Éste es el legado de Rojas, quien con su mirada sincera y moderna exportó la belleza de las islas al mundo y a nosotros mismos.

 

Notas

1 Francisco Rojas Fariña, extracto de una entrevista realizada en 2005.

2 Francisco Rojas Fariña debería ya figurar dentro de la historia de la fotografía como parte de esa vanguardia.

3 Maspons, Oriol. “Cómo hago mis fotografías”. Arte fotográfico, año 4, nº 47 (noviembre 1955), p. 692 (citado en: Fernández, Horacio. Variaciones en España: fotografía y arte 1900-1980. Madrid: La Fábrica, 2004, p. 118).

 

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