Raíces de Corvo, una finca soñada
May Pérez Serichol
Fotos: Rincones
Raíces de Corvo es una finca mágica ubicada en un paisaje típico de las medianías del norte de Gran Canaria: parcelas en ladera, tierra roja, vegetación de borde y brumas que vienen y van.
De los 100.000 m2 del total que tiene esta finca de Moya, 35.000 son de tierra de labor y el resto se reparte entre caminos, brezos, eucaliptos y frutales salpicados de una gran diversidad de plantas canarias y monte verde, como hipéricos, bicácaros, cuchilleras, laureles, fayas, escobones..., por citar sólo algunas.
Lo nuestro fue un flechazo a primera vista, pero cuando uno se enamora se siente nuevo, lleno de entusiasmo y creatividad y tira para adelante como sea. Eso es lo que nos pasó a nosotros cuando una tarde, por casualidad, conocimos la finca de don Neno y doña Amparo, unos sabios de la tierra que llevan años plantando papas y millo con la yunta, criando ganado, conservando el paisaje, llevando el grano al molino para hacer el gofio y todas aquellas labores que a la mayoría ya se nos han olvidado, pues lo encontramos todo en el supermercado.
Mi hija buscaba casa y fuimos a ver si la que vendían con finca era casa que nos conviniera. Cuando vimos la tierra, la bruma, las papas plantadas, las vacas en el alpendre, las cuevas, el brezal, los eucaliptos, el roble, los naranjeros cargados de naranjas, no salíamos del asombro. Cuánta belleza, cuánta admiración, y nos fue entrando un gusanillo... Yo ya estaba viendo el sitio perfecto para hacer posible un sueño.
A la mañana siguiente vino mi yerno a decirme que no teníamos que haberla visto, pues no podía sacársela de la cabeza. Yo tampoco había dormido; la responsabilidad me pesaba: hace falta ser un sabio de la tierra para conservar el paisaje como sólo lo saben hacer los que se criaron en ella. Pensaba yo que sería una pena que por no saber se nos llenaran las tierras de maleza.
Aprenderemos, nos dijimos los cuatro creando complicidad. Desde ese mo-mento la tierra nos ha dado mucha fuerza para sobrellevar el tremendo berenjenal en el que nos habíamos metido.
La compramos, creamos la empresa Yerbahuerto, nos dimos de alta en el CRAE, nos volvimos locos para conseguir semillas certificadas, para aprendernos tanta normativa, planificar los cultivos, modernizar los riegos, conseguir un capataz que se atreviera a llevar esa finca de forma ecológica, seleccionar al resto de personal, montar las infraestructuras, adquirir maquinarias, iniciar nuestro vivero, abrir mercado... Han pasado casi dos años y no hemos dejado de dar palos de ciego.
La agricultura ecológica no es un sector organizado. No hay asesoramiento técnico ni en la consejería, ni en el cabildo, ni en las cámaras agrarias; no hay un mercado ni un banco serio de semillas que nos orienten con las variedades; ni siquiera los agricultores ecológicos nos cuentan esa típicas cosas de colegas aun sabiendo que si se fortalece el sector podremos dar entre todos una oferta más coherente.
La gente que se dedica a este tipo de agricultura suele ser gente muy especial, todos han trabajado duro, muy duro, y son pocos los que viven de ello. Por el camino ha habido personas que han claudicado, viveros en explotación ecológica que se han pasado a lo convencional, tiendas que han cerrado...
Nosotros nos hemos impuesto el reto de ir ampliando la comercialización de nuestros productos, abrir nuevas líneas de mercado, incluida la tienda virtual sin desatender las tiendas, e ir incorporando productos de otros agricultores a los que les sobre producción y quieran trabajar con nosotros, envasar o asociarse para montar una línea de transformados.
Plantar no ha sido fácil: se necesitó toda una investigación a través del teléfono e Internet para conseguir semillas de variedades que no todas resultaban ser comerciales. Para poderlas plantar tuvimos que montar primero el vivero, y créanme que hace falta tiempo para cogerle el pulso a un vivero, ir probando sustratos, el compost, el sistema de riego y un largo etcétera que vamos consiguiendo por el método de prueba y error y con las llamadas a algún amigo más experto.
El año pasado, que fue un año de sequía extrema y no llovió casi nada, no habíamos plantado las papas en el fondo, que es donde hay más humedad, para que no se encharcaran, de manera que nos vimos corriendo a comprar agua e instalar los riegos. Este año se viraron las tornas y llovió tanto que no pudimos entrar en el terreno a plantar papas ni en las laderas más secas, así es que plantamos las papas en la finca que tenemos en la costa, papitas negras traídas de Tenerife, que nos dio para probarlas, para vender y guardar nuestras semillas para la próxima cosecha.
La planificación de los cultivos de este segundo año ya fue mucho más completa. El invierno en la finca de la costa y la primavera en medianías, llenamos de color y variedad las hileras: acelgas blancas y rojas, habichuela redonda y plana, calabazas, calabacines, rúcula fina y gorda, tomates, millo, albahaca –también albahaca roja–, coles de varias clases, rabanillos, pimientos grandes y de padrón y hasta cinco clases de lechugas para ir eligiendo las variedades que mejor se den y mejor se vendan y seleccionar las semillas para el futuro, que es la única manera de conseguir la autosuficiencia.
También nos quedamos contentos con la experiencia de hacer gofio de millo. Fue sólo una muestra de 200 kg, nos salió muy rico y tuvo mucha aceptación. El problema fue que no pudimos certificarlo como ecológico por no disponer de un molino adecuado. No sabemos todavía cómo hacerlo en el futuro, pero da pena cuando hay bebés en la familia y, siendo de aquí, tenemos que conseguir el gofio ecológico de Galicia para darles la primera alimentación.
Las ayudas del Gobierno de Canarias a la agricultura no nos favorecen, ni siquiera las agroambientales, y es que se confunde el concepto de “no usar ni abonos ni insecticidas químicos” con el concepto de ecológico. Se priorizan las solicitudes presentadas por las explotaciones agrarias con producción integrada respecto a las ecológicas. Las normativas tampoco nos favorecen, porque si un vecino se pone a fumigar y nos contamina no nos protegen, sino que nos quitan la calificación de ecológica. Así están las cosas.
La burocracia, venga de donde venga, anda lenta. Para conseguir el permiso para hacer una rampa que permita sacar la mercancía, subir el estiércol, etc., llevamos más de año y medio yendo del cabildo al ayuntamiento. La información de lo que se necesita la dan a cuentagotas; los organismos no son conscientes de que en cada petición hay un problema real que tenemos que resolver lo antes posible.
Pero tenemos mucha más ilusión y empeño que problemas. No estamos inventando nada nuevo. Por el contrario, estamos rebuscando sabidurías muy antiguas, aunque ahora con nuevos nombres: permacultura, bioenergética, etnoveterinaria, biodinámica... Un mundo mágico por descubrir y que iremos conociendo poco a poco para irlo incorporando y conseguir una calidad nutricional óptima y un medio ambiente adecuado.
Le pusimos el nombre de Raíces de Corvo a la finca porque refleja nuestro sentir, nos gusta ver qué pasa bajo tierra, quién vive, qué energías se mueven... Además, las raíces son lo que está debajo del jardín, y nosotros estamos debajo del Jardín de Corvo, famoso porque don Chano Corvo, anterior propietario, se empeñó en plantar árboles y en hablar con ellos mientras a su alrededor se talaba todo el monte Doramas.
Yerbahuerto y nosotros, como agricultores profesionales, nos sentimos jóvenes; aún estamos aprendiendo a dar nuestros primeros pasos, pero nos sentimos fuertes y seguros de estar en la línea correcta y con visión de futuro. Sabemos que somos una empresa que todavía hay que mantener económicamente, que hay que educar y abrirle camino, pero ya ha arrancado, tenemos un rebaño de 47 ovejas pelibuey para producir estiércol que nosotros compostamos, un puñito de lombrices rojas... y llegarán las gallinas y el burro... seguiremos haciendo nuestros purines de ortigas, suero de leche o estiércol de animales en los biodigestores, y seguiremos arando con la yunta de don Neno, con el que hacemos trueque de comida y cama para los animales, y contaremos historias mientras descamisamos el millo, cantaremos mientras plantamos las papas y nos juntaremos para el sancocho el día de recogida, y es que la agricultura tradicional tiene la parte social integrada.
No dejamos de mirar con envidia a otras comunidades cuyas consejerías de Agricultura se implican de verdad con el sector, con programas sobre alimentación ecológica en el consumo social. Y es que la alimentación de calidad, sobre todo en las edades más tempranas, debería estar en las prioridades de cualquier gobierno a través de los comedores de guarderías, colegios y hospitales, pues ya está demostrado cómo acelera la recuperación de la salud, nos hace más fuertes ante las enfermedades y evita la ingesta de tóxicos usados en agricultura convencional.
A nosotros nos gustan los sueños a lo grande, y lo que nos está pasando es que poco a poco van apareciendo los medios para irlos realizando.
Ahora soñamos con poder enriquecer el brezal con otras especies de la laurisilva e ir sustituyendo los eucaliptos con el fin de atrapar y fijar mejor el agua. Lo llamamos Proyecto Garoé y sabemos que todo lo que pueda beneficiar a las fincas medioambientalmente beneficiará al conjunto de la isla. Pondremos nuestro granito de arena para recuperar la vegetación del Monte Doramas.
Soñamos también con poder construir unos espacios integrados en la naturaleza, como aulas, talleres y albergues bioclimáticos, que nos permitan recibir en cualquier estación del año a grupos de personas de cualquier edad o condición social para trabajar con el medio ambiente y la energía.
Entre todos seguiremos llenando de contenido esta finca soñada y sabemos que juntos llegaremos lejos, muy lejos, como todas las personas que se quieran apuntar a cuidar del futuro.
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