Apuntes sobre la Isla del Meridiano

Ruth Torres García

Fotos: Rincones - Autora

 

Llega el mes de noviembre, las primeras brumas se asientan en Valverde, haciéndose más densas y presentes a medida que nos movemos hacia el interior. Para cualquier viajero que llega por primera vez a esta isla, la más pequeña de las siete, tal acontecimiento da la explicación al porqué de su riqueza. Siguiendo el trazo Norte, subimos por el camino de Betenama: parcelas delimitadas por antiquísimos muros de piedra que emanan historias, dejan asomar los primeros brotes de pasto. El ambiente se ha tornado, por fin, gris y húmedo. Ha llegado el otoño. Atravesamos los pinares llegando a San Andrés, y el suelo cubierto de pinocha nos sorprende con sospechosos montículos emergentes: debajo, hongos y setas, champiñones y nacidas, tesoro que la tierra ofrece tras las primeras lluvias al hombre y a los animales. San Andrés, lugar de pastores, aún regala el sonido de cencerros y el balido de ovejas y sus primeros corderos, los tempranos, caminando ante la figura de aquél que las acompaña, las guarda y guía, cada día, al amanecer y al anochecer. En las lomas de Nisdafe y Jinama, reses y terneros de mirada tranquila nos descubren la realidad sobre tradición y sacrificio entre la tierra y el hombre, pero sobre todo de hermanamiento de éste con la naturaleza.

 

Es lo que hoy conocemos como desarrollo sostenible, o bien como tradición y cultura, que en El Hierro, por desgracia, están en recesión. En los últimos cincuenta años, la ganadería se ha visto influenciada por dos tendencias: por un lado, la cría extensiva, de la que existen aún rebaños de ovejas canarias y vacas mestizas en las zonas altas de la isla, que se aferran a un modelo de vida que defiende el aprovechamiento de los recursos naturales y mantiene vivas las tradiciones; y por el otro, la semi-intensiva, que combina la anterior con la cría estabulada en las fases cruciales de la vida del animal (cebo, partos y lactación), gracias a los avances en cuanto al manejo y gestión de explotaciones ganaderas, que han ofrecido más comodidad y mayores rendimientos en su actividad.

 

 

La jornada empieza temprano para Paco y Héctor Febles, ganaderos ecológicos en la isla de El Hierro. El primer paseo por las lomas altas de Nisdafe, Jinama y Las Montañetas permite controlar a las bestias, reses mestizas criadas en los montes para la producción y venta de carne de vacuno ecológico en la carnicería familiar, donde trabaja Nancy, matriarca de la familia. Cada uno tiene su papel en la función. Padre e hijo emplean la mayor parte del tiempo en revisar el estado de los animales y de las parcelas. Deben garantizarles agua y comida, y el resto corre a cargo de la naturaleza. En invierno no existe problema, ya que los aljibes se llenan con el agua de la lluvia, que se canaliza a las bañeras que se encuentran repartidas por los cercados y están reguladas por un sistema de boyas; pero en verano la tarea se torna más densa, debiendo rellenar las bañeras y depósitos manualmente, recorriendo los difíciles y escasos caminos con el camión y una cuba de algunos millares de litros cúbicos a cuestas.

 

Mientras tanto, ajenas a tal alboroto, las vacas, con nombre y apellido, transmiten una tranquilidad alentadora que describiría en sí el mejor protocolo de bienestar animal, el verdadero estado de confort: echadas, con mascar constante, pastando en amplios espacios naturales, echando miradas curiosas, fijas, tranquilas y apacibles hacia todo aquél que se adentra en su territorio. Y es que para esta familia de ganaderos, tal condición significa algo más que un concepto de producción animal: es una filosofía de vida.

 

Durante los meses de otoño, los pastos salvajes de gramíneas y leguminosas espontáneas están asegurados para las vacas en los cercados (algunos propios y otros arrendados), ofreciendo una completa y amplia dieta, con mucha variedad de vegetales para la alimentación de las bestias: tederas, cebadillas, hinojos, aites, arrebuey, uña de gato, uña de conejo, trebolinas, jorjales, serrajones, tagasastes... Se aprovecha también esta época para roturar las tierras con el tractor y a golpe de sacho y para sembrar, en distintos puntos de Nisdafe y zonas de higuera del pinar, el juelgo, nombre que recibe la mezcla de avena, cebada, archita, trigo y centeno. Estos cereales crecerán hasta que se cosechen en la primavera, y durante el verano, cuando el verde se haya agotado, se aprovecharán en forma de ensilado (apoyados si fuera necesario por raciones de pienso ecológico, importado de la península) para la dieta de las reses que en ese momento estén en La Dehesa, así como la de los que permanezcan estabulados en la cuadra (los terneros destetados que esperan a ser soltados y los que esperan a ir al matadero insular). De tal cosecha se guarda un banco de semillas propio para la cosecha del año próximo. Y a partir de abril y durante todo el verano, sin agua alguna, se siembran las papas de hoyo y las judías para el consumo de la casa, cerrando el ciclo, por ser estos cultivos de alta fijación de nitrógeno en el suelo.

 

 

Pero el desarrollo de la actividad ganadera ecológica en la isla del antiguo meridiano cero presenta limitaciones. La estructura minifundista del terreno limita el movimiento de los animales, así como el acceso del ganadero a las diferentes parcelas. La propiedad dispar de las tierras dificulta la homogeneidad en la distribución de los animales. A ello se le añade la problemática del agua en los meses de verano y los años de marcada sequía, que tornan las verdes llanuras en secas extensiones de cardo con tono marrón. La escasez de depósitos naturales y la lejanía de redes de agua de abasto público obligan casi a diario a transportar el oro líquido en camiones cubas o en bidones a pie de parcela para que los animales puedan beber, haciendo además un gasto innecesario de combustible fósil. Teniendo en cuenta el mal acceso a las parcelas por falta de buenas carreteras, por un lado esta actividad ocupa gran parte de la jornada de trabajo, y por otro limita la posibilidad de ararlas para seguir sembrando y cosechando forrajes propios que permitirían llegar al autoabastecimiento total de la explotación.

 

Aunque la concienciación acerca de la necesidad de un cambio en la utilización responsable de los recursos naturales es cada vez más patente en el sistema en el que vivimos, sí es cierto que, desde el punto de vista técnico, existe aún mucha falta de formación y capacidad de asesoramiento que apoye a los productores ecológicos en asuntos relacionados con la gestión, la sanidad y la administración de los mismos. Se hace necesario establecer estrategias de asociacionismo y cooperativismo, de carácter exclusivamente ecológico, que permitan promover la mejora de las estructuras agroalimentarias, ya que facilitarían la progresiva formación del personal involucrado y supondrían un medio para disponer de un órgano que gestionase de forma adecuada los productos agrícolas, compitiendo con los operadores comerciales foráneos y consiguiendo valores añadidos para los productos agroganaderos que de manera individual no serían posibles.

 

Para llegar a tal fin, sería necesario em-pezar con la creación de comisiones de trabajo que reunieran a todos los representantes del sector (ganaderos, agricultores, técnicos agrícolas y veterinarios, representantes administrativos y del desarrollo rural), estableciendo las limitaciones, problemáticas y debilidades, poniendo en marcha posteriormente planes de acción específicos y comenzando con programas de formación continuos, tanto para productores como para técnicos, que ayudasen a desarrollar y aplicar las subsiguientes medidas correctoras que permitieran caminar hacia el cambio.

 

 

Es importante destacar que se hace necesario complementar la iniciativa anterior con el desarrollo de estudios en campo de los recursos y materias primas autóctonas, de manera que se aporten soluciones a la rentabilidad de los pastos autóctonos (como por ejemplo la variabilidad del aprovechamiento animal del tagasaste en función de la época de corte, de los diferentes pastos salvajes, del millo...). Ello significaría apostar por la vuelta al cultivo de muchas fanegas de tierra ahora abandonadas –lo cual es patente en el paisaje de la isla– permitiendo el autoabastecimiento real de forrajes así como el impulso del mercado agrícola local, cerrando el círculo sin dependencias externas. Eso si es desarrollo sostenible.

 

La pieza principal de todo este engranaje somos nosotros, los consumidores de a pie, responsables de la demanda por consecuencia de la oferta y sus variaciones. Concienciarnos del beneficio real que el consumo de los productos ecológicos entraña y del peso que tenemos a la hora de decidir qué comer, conllevaría proporcionar constancia y estabilidad en las producciones, dando la oportunidad a una economía alternativa a la del sistema consumista que hoy por hoy nos tiene presos y que deja morir las tradiciones ancestrales y el respeto a nuestra madre Tierra.

 

 

Sólo queda que los organismos correspondientes de la administración local asuman las intenciones, acciones y actuaciones pertinentes, con la necesidad de que sean firmes y constantes en el tiempo, sentando las bases que permitan hacer realidad, en un futuro no muy lejano, las inquietudes que se palpan en el campo herreño, siendo ellos conscientes también de que el cambio supondrá un verdadero beneficio para todos y para todo.

 

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